«No hacer nada en absoluto», dijo Oscar Wilde, «es lo más difícil del mundo. Lo más difícil y lo más intelectual».
Esta frase, del conocido escritor irlandés, parece corroborar lo que acaba de descubrir una reciente investigación del Journal of Health Psychology, que apoya la teoría de que las personas inteligentes dedican más tiempo a ser perezosas que las personas consideradas más activas.
El estudio demuestra que las personas con un coeficiente inteligente alto se aburren menos fácilmente, ya que pasan más tiempo pensando, mientras que las personas activas suelen ser menos perezosas porque necesitan estimular su mente con actividades físicas, ya sea porque no quieren pasar tiempo pensando o porque se aburren rápidamente.
Teorías evolutivas de la pereza: el porqué de la pereza
Nuestros antepasados nómadas debían conservar energía para competir por recursos escasos y luchar o huir de enemigos y depredadores. Realizar un esfuerzo en cualquier otra cosa que no representara una ventaja a corto plazo podría comprometer su propia supervivencia. En cualquier caso, en ausencia de comodidades como antibióticos, bancos, carreteras o refrigeración, no tenía mucho sentido pensar a largo plazo.
Hoy, la mera supervivencia ha caído de la agenda, y es una actividad estratégica a largo plazo la que nos conduce a mejores resultados. Sin embargo, nuestro instinto aún vela por conservar la energía, haciéndonos reacios a gastar esfuerzos en proyectos abstractos con retribuciones tardías e inciertas.
Cómo se desarrolló el estudio
Los investigadores de la Florida Gulf Coast University (Estados Unidos), ofrecieron a un grupo de estudiantes un test llamado «Necesidad de cognición» para encontrar treinta participantes que expresaron un fuerte deseo de pensar, y treinta participantes que preferían evitar cualquier tarea que consideraban que les suponía un esfuerzo mental.
La prueba pedía a los estudiantes que valoraran con qué actitud se identificaban más. La primera propuesta era: «realmente me gusta una tarea que implica encontrar nuevas soluciones a los problemas» y la segunda: «sólo pienso cuando me hace falta».
Después de seleccionar treinta «pensadores» y treinta «no pensadores», se les dio un acelerómetro que debían ponerse en la muñeca durante siete días para medir su actividad física durante la semana.
Los resultados mostraron que el grupo «pensante» era «mucho menos activo» durante la semana que el grupo «no pensante «; pero los fines de semana, los resultados mostraron que no había una diferencia significativa en las tasas de actividad para ambos grupos, lo que los investigadores no pudieron explicar.
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