Por Miguel A. Matos
En una ocasión conversaba con un amigo haitiano y éste decía que todo lo que está ocurriendo hoy en Haití es producto de una maldición, y que dudaba que ese conglomerado humano se convierta en un país civilizado donde impere la paz y el desarrollo socioeconómico a pesar de su gobierno democrático, que todavía no arranca con fuerza en su reconstrucción.
Mi amigo, que está bien documentado de la historia de su país, dijo que Jean Pierre Boyer Bazelais, que fue el segundo presidente de la República de Haití, entre 1818 y 1843, maldijo al pueblo haitiano por su poco amor por sus nacionales y falta de unidad nacional. La maldición se produjo cuando en la parte Oeste de la isla se inician conspiraciones contra Boyer a partir de 1827, las que obligan a que salga al exilio en enero de 1843.
También ha incidido, negativamente, en la vida cultural de Haití la práctica de la religión vudú, la cual según algunos entendidos, tiene ribetes satánicos, y junto con la maldición de Boyer, ese país se ha quedado rezagado, y considerado como una de las naciones más pobres del mundo.
Ahora, en el caso de la catástrofe de Haití, se ha organizado un feroz debate online acerca de las razones “culturales” de la pobreza en ese país, que es la principal causa de que el terremoto haya costado tal vez hasta 300,000 vidas, el cólera varios miles, agravando la situación la tormenta Tomás, así como también unos traumáticos comicios, ganado por el ex bailarín Michel Martelly.
El columnista conservador de ‘The New York Times’ David Brooks en un artículo ha citado las razones que, en su opinión, contribuyen a la pobreza extrema en Haití: «La influencia de la religión del vudú, que disemina el mensaje de que la vida es caprichosa y planificar es fútil. (…)”. Altos niveles de desconfianza dentro de la sociedad.
Desde el dictador Duvalier, hasta el general Cedrás, ningún dirigente haitiano se ha atrevido a descuidar la todopoderosa influencia de la magia y religión vudú en Haití, y el ex presidente Aristide no es una excepción. A pesar de haber sido sacerdote católico, tras haberse entrevistado con varios houngans (sacerdotes) y mambos (sacerdotisas), anunciaba oficialmente la construcción de un gran templo vudú en la capital. De esta forma Aristide igualaba la religión vudú a otras religiones, al otorgar a los voduístas una «catedral» equiparable a las iglesias bautistas, los templos masones, o las parroquias católicas.
No es que los haitianos se abstengan de citar, en los foros internacionales, la ayuda que han recibido de las autoridades y del pueblo dominicano en el aciago momento en que viven, pero son tildados de ser ancestralmente “desagradecidos, irrespetuosos, y a veces agresivos”. Da pena decirlo, pero los haitianos, históricamente, son resentidos enemigos de los dominicanos.
Tras el terremoto del 2010, más de dos millones de haitianos viven, en su mayoría, ilegalmente en territorio dominicano, y cada día el número aumenta descontroladamente. Cualquier medida que adopta Inmigración para solucionar el problema, es criticada en los foros internacionales por las ONGs, cuya misión es, en estos momentos, desacreditar al país. Francia, nación desarrollada, es la que debe ayudar a Haití económicamente, no nosotros. Haití fue una rica colonia francesa, y como tal fue explotada, sin misericordia, por esa nación europea.
Los controles en la frontera son insuficientes para detener la invasión de ilegales. Cuando logran detectar por un lado un grupo de 20 o 30 ilegales y lo devuelven a su país, por otro lugar se infiltran el doble o el triple a nuestro territorio. Dentro de pocos años, sino se toman drásticas medidas, la población haitiana en el país superará la dominicana. Los nacionales haitianos, hombres y mujeres, los vemos pululando por las calles de las ciudades dominicanas sin realizar labor alguna, mendigando, tentados a delinquir y prostituirse.
Ahora mismo, como es de todos sabido, muchos ilegales haitianos ocupan importantes áreas de trabajo, desplazando a dominicanos, como en la agricultura, la industria de la construcción, el turismo, la labor de buhoneros, de vigilantes en casas de familia, venta de frutas y de tarjetas telefónicas, y domésticas, entre otras actividades. Ahora sus niños, de padres ilegales, nacidos en territorio dominicano, ocupan aulas del sistema de educación, financiados por nuestro pobre pueblo.
Las mujeres haitianas dan a luz sus hijos, en los hospitales dominicanos ubicados en la zona fronteriza, y son atendidos los afectados de cólera y de otras enfermedades, cuyo costo corre por parte del Ministerio de Salud Pública, lo que quiere decir que somos lo que más hemos ayudado a nuestro vecino Haití. Hoy muchos criollos bailan su música, practican su brujería y el vudú, se amanceban con sus mujeres, se contagian de sus enfermedades y si seguimos así la maldición de Boyer nos alcanzará y afectará a todos, sin exagerar.
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