Don dinero, perfecto caballero, dijo alguien al referirse a la importancia de tener grandes recursos, y todo el mundo lucha por alcanzar la riqueza, que para muchos significa poder y para otros seguridad, en una sociedad consumista, donde la gente se sumerge en una vorágine de competencia a fin de demostrar a los demás su estatus social.
Es cierto que en el mundo el dinero abre muchas puertas, y con el mismo se obtienen mansiones, carros lujosos, yates, aviones, viajes, mujeres bellas, entretenimientos al más alto nivel, apuestas en casinos lujosos, buenas ropas, exquisitas comidas y bebidas, así como tratamientos médicos costosos, en clínicas extranjeras, para preservar la salud.
Además con el dinero se compran conciencia, se soborna, se destruyen reputaciones, se instalan negocios, y se consigue todo lo que el mundo ofrece para satisfacer los apetitos de la carne.
Sin embargo, el dinero solamente tiene valor aquí en la tierra, no en ninguna otra parte. Con el dinero no se compra la felicidad ni la salvación del alma. Jesucristo, el Hijo del Dios Viviente, dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”, (Mateo 6:19-21).
Es cierto que necesitamos prepararnos, en una profesión u oficio, para ganarnos la vida honradamente, lo que es válido en todo ser humano que aspira a tener una familia, criar sus hijos, en las mejores condiciones y también sentirse satisfecho de su rol en la sociedad como padre, esposo y buen ciudadano.
Pero muchas personas no se conforman con lo que tienen, sino que son afectadas por un espíritu de avaricia, que las llevan a cometer actos reñidos con la moral y buenas costumbres. Conocemos casos escandalosos de políticos y empresarios que son insaciables, convirtiendo el dinero en su adorado ídolo.
A estas personas el apóstol Pablo les advierte: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciaron algunos, se extraviaron de la fe y fueron traspasados de muchos dolores”, (1 Tim. 6:9-10).
Pero la persona modesta y obediente ala Palabrade Dios, es la que entiende que “… gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto”, (I Tim. 6: 6-8).
Amigo lector, si tú recibes a Cristo, quien murió para redimirte de la consecuencia del pecado que es la muerte, como tu Señor y Salvador y te arrepientes y obedece su palabra, entonces podrás disfrutar de la verdadera riqueza en Jesucristo, porque te hace “renacer para una esperanza viva por su resurrección entre los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada, reservada en los cielos para vosotros” (1 Pedro 1:3-4). El Señor Jesús te bendiga mucho.
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