Hasta donde se tenga noticias, ningún dirigente y militante ha sido llamado para ser interrogado en la Policía o en el Ministerio Público por provocar desórdenes, poner en peligro vidas y propiedades, y por alterar la paz ciudadana en la Casa Nacional del PRD
Lo que ha pasado y está pasando actualmente en el PRD nos da a entender que en esa organización política la posibilidad para que haya un acercamiento entre los sectores en pugna se torna cada día más distante, y los obstáculos de por medio, al parecer, son insalvables.
La crisis que sacude al perredeísmo podrá dilucidarse en ámbitos como el Tribunal Superior Electoral, contar con el arbitraje de la Junta Central Electoral, de la Iglesia Católica, pero aun cuando se llegue a un consenso entre las partes y se dejen a un lado las diatribas, indudablemente que ello no será perdurable por mucho tiempo.
En ese partido, que aún se le considera como el principal de oposición, su dirigencia y militancia viola de manera constante todos y cada uno de sus reglamentos internos y, lo que es peor, hasta las propias leyes que rigen las normas y la sana convivencia en este país, que es de todos los dominicanos.
Eso quedó demostrado de forma fehaciente el pasado domingo en la frustrada reunión del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) de ese partido, convocada por uno de los bandos en pugna por el control de la organización política.
Hasta donde se tenga noticias, ningún dirigente y militante ha sido llamado para ser interrogado en la Policía o en el Ministerio Público por provocar desórdenes, poner en peligro vidas y propiedades, y por alterar la paz ciudadana en la Casa Nacional del PRD.
El descrédito en su máxima expresión ha ganado terreno en el PRD, un partido fundado hace 74 años, y que a través de las últimas cuatro décadas se ha caracterizado por practicar una democracia que en la práctica se aplica de manera antojadiza por quienes deben dar demostraciones de buen comportamiento frente a la militancia que les sigue.
La última demostración de ello ocurrió el pasado domingo. El caos que se generó en la Casa Nacional del PRD acentuó la enorme zanja que desde hace un buen tiempo separa los bandos enfrentados, y que dirigen Hipólito Mejía y Miguel Vargas.
En este país, el libertinaje no puede hacer sucumbir la democracia que disfrutamos hoy, con todas sus imperfecciones, pero que en resumidas cuentas es la que tenemos y hay que preservar, por encima de todas las contrariedades.
El país entero pudo presenciar el pasado domingo el desagradable espectáculo, a través de la cobertura en vivo de varios canales de televisión, cuando el perredeísmo como organización demostró que el libertinaje interno ha hecho sucumbir la práctica de la democracia en esa organización política.
Grupos enardecidos impusieron el caos en la sede principal de la organización política, dando pie para que fuerzas policiales irrumpieran, y que aun a estas alturas mantengan la custodia de la principal sede del que otrora fuera el glorioso PRD de Peña Gómez, de Winston Arnaud, de Jacobo Majluta, y de tantos otros dirigentes que llenaron de gloria a ese partido.
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