Islamabad.- Acaban de cumplirse quince años desde que Pakistán decidió mostrar al mundo que poseía armas nucleares, un poder que palidece frente a los acuciantes problemas que sufre el país asiático en términos de seguridad y escasez energética.
La semana pasada, el día de la efeméride, el recién elegido primer ministro, Nawaz Sharif, calificó de «tragedia que un país con armas nucleares no tenga electricidad», en referencia a la endémica falta de fluido eléctrico en los hogares y las empresas de Pakistán.
De las ocho potencias nucleares -recuento que suele excluir a Corea del Norte por lo primario de su programa atómico-, Pakistán -único país islámico de la lista- es el que presenta una peor situación económica con diferencia.
«El uso civil de energía atómica es caro y complejo», lamenta el físico nuclear Pervez Hoodbhoy, quien duda del plan para aumentar el caudal energético de origen nuclear en el país, «porque la comunidad internacional bloquea la venta de combustible atómico a Pakistán».
Sharif, que esta semana juró su cargo como jefe de Gobierno tras arrasar en los comicios de mayo, encabezaba también el Ejecutivo que el 28 de mayo de 1998 autorizó la detonación de cinco artefactos nucleares en las montañas de Chagai, en el suroeste del país.
«Se decidió hacerlo por temor a que creciera la presión internacional sobre Pakistán tras el ensayo nuclear que había hecho la India dos semanas antes», explica el analista local y profesor universitario, Humayún Khan.
«El país tenía en ese momento la necesidad de mostrar abiertamente su poder nuclear para mantener la credibilidad de su estrategia de disuasión militar ante la India», añade Khan.
Aunque el ensayo atómico tuvo lugar en 1998, el programa nuclear nació un cuarto de siglo antes tras la derrota militar que sufrió Pakistán en 1971 y que le costó la pérdida de su ala occidental tras el éxito, con apoyo indio, del movimiento secesionista bangladeshí.
Esa pérdida, que ha marcado profundamente la política exterior y de defensa del país, provocó un sentimiento de vulnerabilidad que aumentó con el primer ensayo nuclear indio, tres años después.
«Para Pakistán ya no había vuelta atrás después de las pruebas indias de 1974», afirma la analista María Sultán, directora de un importante centro de estudios de defensa en Islamabad próximo al estamento militar.
El objetivo principal del programa nuclear paquistaní fue desde su inicio garantizar la seguridad del país ante la amenaza que representaba su poderoso vecino y rival indio, y en opinión de los analistas esa meta se cumplió.
«Pakistán no podía afrontar la amenaza que suponía la India en poderío convencional, por lo que tuvo que recurrir al arma nuclear como única vía para estabilizar la situación», dice Khan, que recalca que «desde 1998 no ha habido guerras con la India».
La seguridad que otorgó el arma nuclear tuvo, sin embargo, efectos nocivos, según la opinión de algunos críticos, como Hoodbhoy, que aboga por congelar el programa militar porque «no da respuesta los problemas diarios de la gente».
Además de que la energía nuclear no ha ayudado a corregir el abismal déficit energético del país (la electricidad producida en reactores solo representa entre el 2 % y el 3 %), Hoodbhoy opina que el aumento de la insurgencia local tiene que ver con la bomba.
«El arma nuclear nos ha otorgado tal seguridad frente a otros estados que Pakistán ha albergado a grupos ‘yihadistas’ o emprendido aventuras militares sin afrontar el riesgo de que se desencadenara una guerra», dice el crítico Hoodbhoy.
Según este profesor de la Universidad Quaid-e Azam de Islamabad, la evidencia es que la India no respondió con ataques a Pakistán tras episodios como la entrada en 1999 de tropas paquistaníes en la zona de Kargil, en la porción de Cachemira bajo control indio.
Tampoco lo hizo, recuerda Hoodbhoy, tras los ataques al Parlamento indio en 2001 o los atentados en la ciudad de Bombay en 2008, incidentes ambos protagonizados por grupos supuestamente entrenados en suelo paquistaní.
Sultán defiende, en cambio, el papel del arma nuclear paquistaní como factor de seguridad no solo para Pakistán sino también para la región, ya que ha evitado una guerra a gran escala con la India, que, según esta analista, «iniciaría la tercera guerra mundial».
La escalada nuclear desde 1998 en el sur de Asia ha continuado a ritmo desigual pero no se ha frenado, y según el centro de estudios sueco SIPRI, ambos países aumentaron al año pasado su arsenal atómico, estimado en un centenar de bombas cada uno.
De acuerdo con el SIPRI, uno de los referentes mundiales en cuestiones referentes a control de armamento, tanto la India como Pakistán aumentaron sus existencias en unas diez cabezas, pero la analista María Sultán desmiente categóricamente esos cálculos.
«No se corresponden en absoluto con la capacidad de producción india, que es mucho mayor», dice Sultán, quien alega que lo que hace Pakistán es «diversificar su arsenal para adaptarse a los nuevos retos estratégicos, pero no tiene necesidad de producir más bombas.
Fuente: iberoamerica.net
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