Por Fernando Sibilio
Llegan tarde, como siempre, las autoridades al teatro donde se expresan los desafíos sociales y políticos, que asustan e insultan a la nación. Servía de telón y tramoya una fiesta de graduación universitaria, para que el lenguaje de las acciones de las pandillas, sacase a flote, diese visibilidad anatómica y pusiera nombre y apellidos a las víctimas de la violencia del poder político y social.
Son estos episodios de vandalismo los escombros del desenfreno y el descontrol democrático de nuestras instituciones políticas, culturales, sociales y económicas. Carecemos de límites jurídicos distributivos sobre los poderes constituyentes y constituidos del Estado. Miremos lo que pasa en el Congreso, el Poder Ejecutivo, en el Sistema de Justicia, en la Junta Central, en la Liga Municipal Dominicana, en la Cámara de Cuentas, en los Cuerpos Policiales y en las Fuerzas de Seguridad del Estado.
Sufrimos el mismo descontrol democrático en las operaciones sociales de ese mismo poder. Rogamos la observación del comportamiento social y comercial de las empresas y de las instituciones públicas o privadas que se dedican a la producción de bines o servicios. Tomemos como ejemplo la economía psicotrópica, en lo referente a la venta, distribución y consumo de energizantes, estimulantes sexuales y las benzodiacepinas. Circulan libremente, sin ningún control, con o sin registro sanitario y patente expedida por el Estado.
Existen leyes para la corrección de las violaciones contra menores, pero todas están redactadas para la aplicación de acciones penales. Importa poco o nada la prevención y protección social y política del menor. Nos faltan los medios, los instrumentos y las instituciones sociales, políticas y culturales que diseñen las estrategias preventivas, con las cuales evitemos que los preadolescentes y adolescentes encuentren o descubran en el colmadón, en el drink o, en lugares como “La Chismosa”, pero también en las pandillas, lo que le niega el hogar y su ambiente social.
Convertimos, tal vez sin quererlo, a estos lugares, a la internet, a la televisión, a las redes sociales, al cine y a la radio en los terceros afectuosos, con el propósito de llenar los vacíos emocionales, existenciales y sociales de nuestras relaciones familiares, de amistad y hasta matrimoniales. Con la agravante de que prescindimos de controles y frenos estatales y sociales, que limiten su alcance, invasión y expansión en nuestras vidas públicas y privadas.
Mueren cientos de jóvenes cada año, en circunstancias similares, que solo son estadísticas policiales, sin que el amarillismo noticioso trace la pauta penal y la movilización del sistema de justicia. Cerramos “La Chismosa”, pues así damos la sensación de que estamos interesados en resolver el problema. Pero este es un mito de legitimación del poder político y social, un cierre en falso, muy costoso en vidas para la sociedad. Recuerden los casos del hijo de Jochy Hernández, Nemen Nader y el niño Llenas Aybar.
Estallan en “La Chismosa” los conflictos sociales y políticos de la época. Puesto que “La Chismosa” es solo la zona de hostilidades, aunque la fiscalía piense que es la causa del problema. Este fenómeno tiene su génesis en otros lugares y en otras dimensiones. Allí solo vemos el impacto de lo que sucede en el hogar, escuelas, iglesias, universidades, podres públicos, bancos comerciales, envasadora de gas, empresas de distribución de energía eléctrica y en la Junta Central Electoral, por citar algunos casos.
Estamos frente a la mercantilización atroz de nuestros sentimientos, creencias, deseos y necesidades sociales y humanas. Enfrentamos cambios estructurales vertiginosos en los modelos de familia, de relaciones interpersonales y hasta en las opciones de descanso y entretenimiento, es que la decadencia democrática del poder político y social está produciendo este modelo de sociedad nómada, esclavizada por el mercado. Donde, por ejemplo la mujer se libera económicamente para caer en la esclavitud del doble trabajo, el de la calle y el del hogar.
El cierre de “La Chismosa” es una huida más, de nuestra riesgosa realidad democrática.
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