Por Miguel A. Matos
Cuando la Biblia habla del corazón, no solo se refiere al órgano de nuestro cuerpo que late y que bombea sangre, sino al alma, a lo que nos lleva a actuar de una manera o de otra, ya sea buena o mala.
Se cuenta que un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en él ni máculas, ni rasguños.
Todos coincidieron que era el corazón más hermoso que hubieran visto. Al verse admirado, el joven se sintió más orgulloso aún y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el lugar.
– De pronto un anciano se acercó y dijo: «¿Por qué dices eso, si tu corazón no es tan hermoso como el mío?»
– Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, éste estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos, y estos habían sido reemplazados por otros que no correspondían, pues se veían bordes y aristas irregulares. Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos.
– La gente se sobrecogió, «¿Cómo puede decir que su corazón es más hermoso?» Pensaron. – El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado se echó a reír. «Debes estar bromeando» dijo, «comparar tu corazón con el mío… el mío es perfecto, en cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor».
– «Es cierto» dijo el anciano, «tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo… mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado, muchos, a su vez me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque me recuerdan el amor que hemos compartido.
Hubo ocasiones en las que entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. Ahí quedaron los huecos, dar amor es arriesgado pero, a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que yo los amé y alimentan la esperanza de que algún día regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón.
– ¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?»
– El joven permaneció en silencio, lágrimas corrían por sus mejillas.
– Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez, arrancó un trozo del suyo, ya viejo y maltrecho y con él tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.
– El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lo vio mucho más hermoso que antes, porque amaba al anciano. ¿Y tu corazón… cómo es?
Dios te dice: «Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos», Proverbios 23:26.
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