La carne que llega a las mesas europeas tiene un vínculo oculto con la deforestación del extremo sur de Latinoamérica: la soja de los piensos animales. Cerdos, pollos y vacas criados en granjas de Europa tienen en su dieta a esta oleaginosa, fuente básica de las proteínas vegetales que consumen, cultivada a más de 10.000 kilómetros de distancia. La ONG Mighty Earth denuncia que la demanda global de soja promueve la deforestación del segundo pulmón de América del Sur, el Gran Chaco, repartido entre el norte de Argentina, el oeste de Paraguay y el sureste de Bolivia. Cada año decenas de miles de hectáreas de bosque chaqueño son arrasadas para convertirlas en tierras cultivables.
«La etiqueta de ‘origen local’ representa tan sólo una verdad a medias sobre los orígenes de esa carne», sostiene la ONG ecologista en su investigación La crisis evitable: la catástrofe medioambiental de la industria europea de la carne, publicada este lunes. España importó casi dos millones de toneladas de soja procedentes de Argentina y Paraguay en 2016, la mayoría destinadas a piensos animales. Ese mismo año, las importaciones totales de Europa de este grano y sus derivados ascendieron a 46,8 millones de toneladas, de los que la mitad procedieron de América Latina. «Se requieren 8,8 millones de hectáreas para cultivar ese volumen de soja, lo que equivale a un área más grande que Austria», señala el documento.
Presionadas por la opinión pública, las grandes empresas comercializadoras de granos -Cargill, Bunge, ADM y Louis Dreyfus, entre otras-, se comprometieron hace una década a no comprar a agricultores que deforesten el corazón verde americano, la Amazonia. Pero no hay una iniciativa conjunta similar para el Gran Chaco, una ecorregión casi desconocida para los europeos pese a la gran biodiversidad que albergan sus bosques subtropicales y las reservas de agua de su subsuelo. Sólo en Argentina, según cifras oficiales, en la última década han sido deforestadas más de 2,2 millones de hectáreas de los bosques chaqueños(una superficie cercana a la de la isla de Cerdeña) y convertidas en tierras agrícolas y ganaderas.
La Ley de Bosques aprobada por el Congreso argentino en 2007 no ha logrado protegerlos y sólo a partir de 2014 comenzó un descenso significativo de la deforestación. En el último año el Gobierno ha puesto en marcha planes oficiales para frenar la pérdida de bosques y ha crecido también el interés de las empresas por certificar ante los mercados más exigentes, como el francés, que sus granos son «sustentables», es decir, que proceden de tierras que no han sufrido desmontes desde antes de enero de 2008. Pero son iniciativas aún minoritarias. Además, el principal destino de la soja sostenible son las fábricas de biocombustibles, no la industria cárnica.
«En los últimos años las empresas ofrecen incentivos en el precio a los productores que presenten la certificación sustentable para destinarla a la fabricación de biodiésel. Sin embargo, se sigue comprando soja proveniente de tierras deforestadas a menor precio cuyos destinos son otros», responde a EL PAÍS Sofía E. Corina, analista de la Bolsa de Comercio de Rosario. Corina destaca que el 85% de las tierras cultivables en Argentina cumplen con el requisito de sustentables, pero para que los granos obtengan la certificación debe declararse con precisión su origen y mantener su curso diferencial desde la cosecha hasta el embarque.
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