Llaman a la empresas invertir en capital humano

Los Gobiernos que buscan el crecimiento económico adoran invertir en capital físico: carreteras nuevas, bellos puentes, aeropuertos relucientes y otras obras de infraestructura. Por lo general, sin embargo, están mucho menos interesados en invertir en capital humano, que es la suma total de la salud, las habilidades, los conocimientos, la experiencia y los hábitos de una población. Esto es un error, porque si se descuidan las inversiones en capital humano, se puede debilitar drásticamente la competitividad de un país en un mundo en rápida transformación, en el que las economías necesitan cada vez más talento para sostener el crecimiento.
A lo largo de la historia del Grupo Banco Mundial, nuestros expertos en desarrollo han estudiado en profundidad qué medidas hacen crecer las economías, cuáles ayudan a las personas a salir de la pobreza y cómo los países en desarrollo pueden invertir en prosperidad. En 2003, el Banco publicó el primer informe anual Doing Business, en el que se clasificaba a los países según numerosos aspectos, desde el pago de impuestos hasta el cumplimiento de contratos. Los resultados de esos informes han sido difíciles de ignorar: jefes de Estado y ministros de Finanzas se enfrentaron a la posibilidad de que la inversión extranjera directa disminuyera si las empresas decidían invertir en países con un mejor clima para los negocios. En los 15 años transcurridos desde entonces, Doing Business ha inspirado la implementación de más de 3180 reformas regulatorias.
Ahora estamos adoptando un enfoque similar para canalizar la inversión en personas. Expertos del Grupo Banco Mundial están elaborando un índice nuevo para medir en qué grado el capital humano contribuye a la productividad de la próxima generación de trabajadores. El índice —que se presentará en octubre en Bali, durante las Reuniones Anuales del Grupo Banco Mundial— medirá la salud y la cantidad y calidad de educación que un niño nacido hoy puede esperar alcanzar a los 18 años.
Los académicos saben mucho sobre los numerosos beneficios que se derivan de la mejora del capital humano. Sin embargo, sus conocimientos no se han traducido en un llamado convincente a la acción en los países en desarrollo. Uno de los factores limitantes es la escasez de datos confiables que expongan claramente los beneficios de invertir en capital humano, no solo para los ministros de Salud y Educación, sino también para los jefes de Estado, los ministros de Finanzas y otras personas influyentes de todo el mundo. Por ese motivo, un índice de capital humano que se aplique a todos los países puede impulsar más y con mayor eficacia las inversiones en las personas.
En las últimas tres décadas, la esperanza de vida en los países ricos y pobres ha comenzado a converger. La escolarización se ha expandido enormemente. Pero el programa de trabajo sigue inconcluso: casi una cuarta parte de los niños menores de 5 años sufren malnutrición, más de 260 millones de niños y jóvenes no asisten a la escuela, y el 60 % de los que concurren a las escuelas primarias en los países en desarrollo siguen sin alcanzar un nivel mínimo de competencia en el aprendizaje. Hay demasiados casos de Gobiernos que no invierten en su población.
El valor del capital humano puede calcularse de varias maneras. Tradicionalmente, los economistas lo han hecho midiendo cuánto más gana una persona por haber asistido a la escuela mayor cantidad de años. En diversos estudios se ha llegado a la conclusión de que cada año adicional de educación aumenta los ingresos de una persona en un 10 % en promedio. La calidad de la educación también importa. En Estados Unidos, por ejemplo, la sustitución de un docente de baja calidad en un aula de escuela primaria por otro de calidad media provoca un aumento de USD 250 000 en los ingresos que tendrán en conjunto los alumnos de esa aula a lo largo de su vida.
Pero las capacidades cognitivas no son las únicas dimensiones del capital humano que cuentan. Las habilidades socioemocionales, como la determinación y la diligencia, a menudo generan beneficios económicos igualmente elevados. La salud también es importante: las personas más sanas tienden a ser más productivas. Pensemos en lo que sucede cuando los niños dejan de tener lombrices parasitarias. Un estudio realizado en Kenya en 2015 reveló que, si se administraban medicamentos antiparasitarios en la infancia, se reducía el ausentismo escolar y aumentaban los salarios en la edad adulta hasta en un 20 %; es decir, se obtenían beneficios para toda la vida a partir de una píldora cuya producción y distribución cuesta alrededor de 30 centavos de dólar.
Las diferentes dimensiones del capital humano se complementan entre sí desde una edad temprana. Una nutrición y estimulación adecuadas en el útero y durante la primera infancia mejoran el bienestar físico y mental en las etapas posteriores de la vida. Si bien algunos déficits en las habilidades cognitivas y socioemocionales que se manifiestan a una edad temprana pueden subsanarse posteriormente, los costos se vuelven más elevados a medida que los niños se acercan a la adolescencia. Por lo tanto, no es de extrañar que una de las inversiones más rentables que pueden hacer los Gobiernos consista en centrarse en el capital humano durante los primeros 1000 días de vida de un niño.
¿Qué tiene que ver todo esto con el crecimiento económico? Para empezar, cuando se suman los beneficios de las inversiones individuales en capital humano, el impacto global es mayor que la suma de las partes. Pensemos de nuevo en los escolares de Kenya: cuando se desparasita a un niño también se reducen las posibilidades de que otros se infecten, lo que a su vez los predispone para un mejor aprendizaje y salarios más altos. Además, algunos de los beneficios de la mejora del capital humano se extienden más allá de la generación en la que se realizan las inversiones. Por ejemplo, educar a las madres en la atención prenatal mejora la salud de sus hijos en la infancia.
Las inversiones individuales en capital humano suman: los economistas del desarrollo han estimado que el capital humano por sí solo explica entre el 10 % y el 30 % de las diferencias en el ingreso per cápita de los países. Estos efectos positivos también persisten en el tiempo. A mediados del siglo XIX, el estado de São Paulo, en Brasil, alentó la inmigración de europeos instruidos en determinados asentamientos. Más de 100 años después, esos mismos asentamientos muestran un nivel educativo más elevado, una mayor proporción de trabajadores en el sector manufacturero frente al agrícola y un ingreso per cápita más alto.
La educación genera beneficios especialmente significativos, por lo que desempeña un papel importante en la reducción de la pobreza. La historia de éxito de Ghana es prueba de esta relación: a lo largo de la década de 1990 y en los primeros años de este siglo, el país duplicó su gasto en educación y mejoró drásticamente sus tasas de matriculación en la escuela primaria. Como resultado, la tasa de alfabetización aumentó 64 puntos porcentuales desde principios de la década de 1990 hasta 2012, y la tasa de pobreza se redujo del 61 % al 13 %.
Las inversiones en educación también pueden reducir la desigualdad. En la mayoría de los países, los hijos de personas más acomodadas empiezan a tener acceso a mejores oportunidades a una edad temprana, lo que les genera ventajas para toda la vida, mientras que los niños de padres más pobres no tienen estas oportunidades. Cuando los Gobiernos toman medidas para corregir ese problema, la desigualdad económica tiende a disminuir. En un estudio publicado este año elaborado a partir de una prueba realizada en Carolina del Norte, se calculó que, si en Estados Unidos los programas de desarrollo en la primera infancia tuvieran cobertura universal, la desigualdad de ingresos del país se reduciría un 7 %, lo suficiente para alcanzar los niveles de equidad de Canadá.
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