El comentario se multiplicó en redes sociales luego del triunfo de Francia en la copa mundial de fútbol de Rusia 2018: por el aspecto de la mayoría de los jugadores de la escuadra gala, en realidad quien había ganado esa competencia era el continente africano y no Francia.
Hay algunos datos que se utilizaron para justificar esa visión de las cosas. El jugador Umtiti nació en Camerún, Mandanda nació en la República democrática del Congo y Kanté es franco-malí; de forma general, 14 del total de 23 jugadores del plantel francés tienen algún origen africano, ya sea porque ellos mismos nacieron en ese continente o ya sea porque allí lo hicieron alguno de sus padres. Incluso se mostró en redes sociales fotos de viejas selecciones francesas de los años 80 para comparar con el actual retrato de los 11 campeones del mundo, y dar cuenta así del cambio étnico de los jugadores que justificaría la idea según la cual no es que haya ganado Francia el mundial, sino que triunfaron jóvenes africanos que vestían la camiseta azul de los galos.
El argumento no es novedoso. Ya en el triunfo de la copa del mundo de 1998 el origen diverso de varios jugadores del equipo de Francia había dejado la impresión de una variedad multiétnica que representaba la estructura poblacional de ese país a fines del siglo XX. Y ya en ese entonces, el discurso particularmente racista proveniente de la extrema derecha había señalado su malestar por que hubiera una selección nacional en la que tanto representante africano, ya sea árabe o negro, tuviera semejante protagonismo.
Sin embargo, la diferencia entre 1998 y 2018 es que hoy las redes sociales amplificaron esa posición étnico-racista. Es un argumento que fija en algún punto una identidad gala impoluta, histórica, europea y genuina, que se ha visto desvirtuada por tanto africano, al punto de que ya no es Francia, la verdadera, quien ganó la copa del mundo, sino una entidad desconocida, híbrida, que siquiera es un país sino un continente entero, y que no refleja la sustancia de la Francia eterna.
En este aspecto lo interesante y trágico a la vez es que toda esta argumentación étnico -racista no se limitó a los clásicos actores afines a la extrema derecha, sino que ganó una audiencia y un apoyo más amplio, porque a simple vista mucha gente se dejó convencer por la evidencia de que, en definitiva, el equipo de Francia estaba lleno de “afrodescendientes”.
Incluso gente que se autodefine progresista y de izquierda en nuestro país adhirió a esta forma de ver las cosas en la que se da por bueno que hay una esencia nacional francesa distinta a la que se mostró en el ejemplo de estos jóvenes deportistas de orígenes africanos. Esa adhesión no hizo más que ratificar, una vez más, la profunda mediocridad conceptual en la que boyan esos referentes políticos y culturales con sus convicciones izquierdistas de plástico.
Se podrá decir que todo este asunto es una anécdota menor. Sin embargo, en la naturalización de este discurso racista-identitario se juega mucho acerca de la forma en la que se procesa la globalización que estamos viviendo.
La clave es entender que todo el relato de una identidad francesa impoluta, perdida en el origen de los tiempos y forjada en torno a una especie de Astérix galo, es pura superchería. La realidad es que la población francesa actual se fue conformando con gentes de los orígenes más diversos a lo largo de las distintas épocas y que ese gran conjunto variado es lo que terminó por moldear a la Francia plural actual. ¿O acaso no es francés el gran cantante Charles Aznavour, independientemente de su origen armenio bien conocido? ¿O no es francés el ex -presidente Sarkozy, sin que corresponda tener en cuenta sus orígenes húngaros? Y los ejemplos de este tipo podrían multiplicarse por decenas, porque la verdad es que desde siempre Francia ha sido plural y amplia en su conformación poblacional.
Aquellos que creen que África ganó el mundial porque hay muchos afrodescendientes en el equipo francés muestran un rasgo de incultura y prejuicio tremendos. El mundo actual muestra claramente que la modernidad es apertura a la diferencia, y que la inteligencia de los grandes países pasa por forjar su identidad a partir de la reivindicación de formas tolerantes y democráticas de gobierno. Esos fueron, en definitiva, el lema y el sentimiento que unieron a todo el equipo de Francia en sus festejos por la obtención de la copa del mundo: vivando a la República francesa, con sus principios universales de Libertad, Igualdad y Fraternidad.
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