En 2002 nacía un nuevo Estado en Asia con una población muy joven, índices de desigualdad altos, pobreza rural y vulnerable ante el cambio climático. Entre las aguas que bañan Australia e Indonesia, encontramos una pequeña isla dividida entre dos Estados que alberga importantes reservas de gas y petróleo y que esconde una Historia compleja.
En el océano Índico se encuentra la isla de Timor, de origen volcánico, con un relieve abrupto y extensas zonas selváticas y dividida entre dos Estados: Indonesia y Timor Oriental. La antigua colonia portuguesa es uno de los países más pequeños del mundo ⎯el 155.º por superficie de los 193 que reconoce la ONU⎯ y ocupa la parte oriental de la isla de Timor, el exclave de Ambeno —al oeste— y las islas de Ataúro —norte— y Jaco —este—.
La Historia de esta isla ha estado marcada por la violencia, especialmente en las últimas décadas, pero empezó mucho antes. En el siglo XVII ya había holandeses y portugueses en Timor y en 1749 los segundos renunciaron a Kupang —en la parte occidental de la isla— a cambio de mantener la soberanía sobre gran parte del territorio. Los timorenses se unieron contra el envío de gobernadores portugueses ⎯aunque fueron quienes abrieron las primeras bibliotecas y escuelas en la isla⎯ por considerarlos una institución que determinaba su condición de colonia. Debido a las reiteradas respuestas violentas por parte de los gobernadores a las sublevaciones, los timorenses se resignaron a la presencia colonial.
En 1942, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, llegaron los japoneses con más de 20.000 soldados y bombardeos en la capital. Los timorenses ayudaron a los aliados a esconderse, pero la invasión fue inevitable y acabó con la muerte de entre el 10 y el 15% de la población local, las ciudades destruidas y los portugueses y holandeses huyendo a sus países de origen. Con el fin de la guerra y la derrota de los japoneses, Indonesia declaró su independencia en 1945, que se hizo efectiva en 1949 y dejó la isla dividida: la antigua colonia holandesa formaría parte de Indonesia y la mitad oriental seguiría bajo dominio portugués, hasta que en los años setenta las aspiraciones independentistas crecieron con la caída del régimen de Salazar en Portugal, aunque también lo hicieron los movimientos nacionalistas que perseguían la unificación de la isla.
Para ampliar: “La descolonización: un asunto pendiente en pleno siglo XXI”, Benjamín Ramon en El Orden Mundial, 2015
La división entre la parte oriental y occidental empezó a ser efectiva con la llegada de las potencias coloniales. Antes del desembarco de holandeses y portugueses, Timor era una isla unificada perteneciente al resto de las islas de la actual Indonesia, y lo demuestra, especialmente, el uso de una lengua común. Cuando los colonos pretendieron imponer su cultura, esta lengua común se perdió y las diferencias entre el este y el oeste empezaron a ser visibles. Estas divergencias fueron más palpables después de la independencia de la antigua colonia holandesa, constituida como provincia de Indonesia, un país predominantemente musulmán, al lado de una región mayoritariamente católica.
Cuando se confirmó la descolonización regional con la retirada portuguesa de Macao en 1975, se convocaron elecciones constituyentes para el año siguiente bajo la premisa del derecho a la autodeterminación del territorio. Pero no fue un proceso sencillo. Para los comicios, la Unión Democrática Timorense y el Frente de Liberación de Timor Oriental Independiente formaron una coalición que despertó temores en los indonesios de la Asociación Popular Democrática de Timor de perder el territorio oriental. Para evitarlo, los anexionistas acusaron al Frente de ser un partido comunista, gracias a lo cual consiguieron el apoyo de Estados Unidos, que tras fracasar en su lucha contra el comunismo en Vietnamtemía que se extendiera por Asia. Al mismo tiempo, pidieron a los portugueses que transfirieran la soberanía de Timor Oriental a Indonesia para evitar la intervención de las Naciones Unidas.
Los servicios de inteligencia indonesios y su estrategia consiguieron extender el caos en Timor Oriental. La coalición se rompió, los miembros del Frente de Liberación se sublevaron y la violencia se apoderó del país. Los enfrentamientos acabaron con ejecuciones, miles de muertos y unos 10.000 refugiados huyendo hacia la parte occidental de Timor, donde fueron encarcelados por las fuerzas indonesias. Esta desestabilidad facilitó la invasión indonesia, que se prolongó hasta 1999.
Durante casi un cuarto de siglo, los timorenses no se rindieron. Con una ratio de un soldado indonesio por cada 28 habitantes, un poder armamentístico ridículo y sin intervenciones internacionales, la resistencia timorense siguió sin renunciar al control absoluto de la parte oriental de la isla. Además de la matanza de Santa Cruz de 1991, los más de 150 campos de concentración —donde se encarcelaron 372.900 civiles, el 60% de la población total en aquel momento⎯ fueron lugares donde se producían violaciones, torturas y hambrunas parecidas a las de la Camboya de los Jemeres Rojos.
A pesar de que estas historias empezaron a ser conocidas a nivel internacional en los años noventa, no fue hasta que el general indonesio Suharto ⎯dictador debilitado por la corrupción⎯ fue destituido y relevado en 1998 cuando Timor Oriental logró un régimen especial. Este estatus permitió la convocatoria de un referéndum para escoger entre la anexión a Indonesia o la independencia. Sin abandonar su Historia violenta, los meses previos al referéndum estuvieron marcados por los ataques liderados por las milicias indonesias, que provocaron el desplazamiento forzado del 10% de la población y el asesinato de 1.400 civiles.
Del mismo modo que no temieron a los portugueses ni a los japoneses, los timorenses no se escondieron frente a estos ataques: el 98% de la población acudió a las urnas en agosto de 1999 y el 78,5% votó por la independencia. Como la violencia no cesó, el presidente indonesio tuvo que aceptar la intervención de las fuerzas de paz de las Naciones Unidas hasta octubre. Con todo, conseguir constituirse como Estado en 2002 fue un logro que costó la muerte de 17.000 indonesios y 183.000 timorenses, es decir, el 26% de su población —en proporción, uno de los genocidios más sangrientos del siglo XX—.
Para ampliar: “Three centuries of violence and struggle in East Timor (1726-2008)”, Frédéric Durand en SciencesPo, 2011
Desde que logró su consideración como Estado, Timor Oriental ha trabajado para proyectarse internacionalmente con el apoyo de sus aliados regionales, como Australia, Nueva Zelanda, Japón y Portugal. Asimismo, por su posición geoestratégica ha sido objeto de interés de distintas potencias: mientras Estados Unidos invierte en ayuda en los departamentos de Estado, Defensa y Justicia —además de la presencia de Agencia estadounidense para el Desarrollo Internacional—, China aumenta su presencia financiando y construyendo edificios gubernamentales como el palacio presidencial.
Durante casi un cuarto de siglo, el Gobierno indonesio intentó que Timor Oriental fuera una provincia más y optó por la represión militar en lugar de un proceso de asimilación. Esta relación de subordinación hizo que los timorenses se sintieran todavía más diferentes y dieran más valor a su lengua, costumbres, religión y herencia colonial. Así se fortaleció un sentimiento nacional que sustentó la lucha por la autodeterminación, la cual culminó en 2002 con la constitución como el 193.º Estado del mundo y que hace que en la actualidad no existan movimientos de reunificación destacables.
Para ampliar: “Timor Oriental”, Ministerio de Exteriores de España, 2018
Las dos mitades de la isla comenzaron a dividirse durante la época colonial, cuando holandeses y portugueses introdujeron sus lenguas y debilitaron la que compartían todos los habitantes de la isla; con la ocupación, la relación se tensó todavía más, y es por eso por lo que sorprende que en la actualidad tengan una buena relación. La cooperación económica y política es una realidad: los puntos fronterizos entre ambos países están abiertos, disponen de representación diplomática y comercialmente Indonesia suministra el 50% de las importaciones de los timorenses. También existen rutas aéreas para conectar ambos países y facilitar el turismo. Aunque hay lugar para las divergencias en cuanto a la división territorial y marítima, la voluntad de los representantes de ambos países es resolverlas de manera cooperativa. Los acuerdos establecidos en materia de cooperación y de transmisión de conocimientos demuestran que, después de 24 años de ocupación, los indonesios quieren compensar a los timorenses por el daño causado.
Por otro lado, la relación de Timor Oriental con Australia es menos fluida en la actualidad que a principios del milenio. La constitución como nuevo Estado abrió las puertas a la extracción de gas y petróleo del mar de Timor, de cuyos beneficios Australia obtendría un 10%. En 2014 estos acuerdos se debilitaron significativamente cuando los timorenses acusaron a los australianos de espionaje destinado a perjudicar sus intereses. El Tribunal de la Haya asumió la investigación de la disputa fronteriza marítima y en 2017 ambos países llegaron a un acuerdo tras una década de desencuentros.
En cambio, la presencia china en el país más pobre del sudeste asiático es más común desde que en 2016 Timor Oriental decidiera ser parte del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura. Esto podría consolidar los vínculos que ya tenían ambos países desde que en los años 70 el Gobierno chino apoyó el movimiento independentista timorense y en 2002 fuera el primer país en establecer relaciones diplomáticas con el nuevo Estado. En los últimos años, el gigante asiático ha invertido especialmente en la construcción de edificios institucionales y en el intercambio de conocimientos en los campos de la planificación urbanística, la agricultura o el turismo. Con los beneficios de las industrias extractivas, Timor Oriental puede pagar por todos estos servicios, con el consiguiente beneficio económico para China, pero puede que cuando los recursos naturales mengüen la relación sea menos interesante para China.
Para ampliar: “China, el nuevo banquero mundial”, Gemma Roquet en El Orden Mundial, 2018
La explotación de recursos naturales ha permitido cubrir algunas necesidades, como las infraestructuras, pero la lenta inversión en ellas demuestra que también ha alimentado la corrupción. La Administración Pública es altamente dependiente de las industrias extractivas, y esta falta de autonomía acaba abriendo la puerta a la mala praxis de los servidores públicos. Se ha intentado mitigarla con acciones como el establecimiento de marcos legales e institucionales, pero la dispersión de las responsabilidades y, por lo tanto, la falta de compromiso frente a la ciudadanía hace que estos cambios tengan menos efectos de los esperados. La realidad es que los múltiples casos de corrupción hacen que Timor Oriental tenga tan solo 38 puntos —sobre 100— en transparencia según el índice de percepción de la corrupción, con una baja posición en la clasificación mundial.
Este sistema corrupto es una de las causas que frenan el desarrollo del país, que tiene un bajo índice de desarrollo humano. Timor Oriental es uno de los países del mundo con un PIB per cápita más bajo —en una situación peor que la de Indonesia— y entre 2012 y 2016 su PIB total se redujo a más de la mitad debido a la reducción de la inversión pública, de la cual depende en gran medida el crecimiento económico del país. Esto también refleja que los beneficios de las extracciones no han sido redistribuidos para mejorar el nivel económico de todos los habitantes. La dependencia de la cooperación internacional y de las extracciones de gas y petróleo hace que la economía esté poco diversificada, lo que limita las posibilidades de un crecimiento económico sostenible. Asimismo, la moderada esperanza de vida y la elevada mortalidad infantil demuestran que tampoco se ha aprovechado la riqueza natural del país para invertir en infraestructuras esenciales en un Estado de poco más de 15 años de vida.
El futuro parece poco esperanzador a corto plazo. El 41% de los timorenses viven bajo el umbral de pobreza, un porcentaje superior al existente cuando fue reconocido como Estado soberano en 2002. Aunque existe cierta equidad en los ingresos, hay una clara división entre una clase alta reducida y ese 41% de la población, reforzada por el uso del dólar estadounidense como moneda única. El índice de malnutrición es de los más altos del mundo y la alfabetización, un factor esencial en el desarrollo de un país, solo alcanza a dos tercios de la población. Las perspectivas son aún peores si tenemos en cuenta que recientemente la inscripción escolar en educación primaria ha disminuido.
Estos datos son más negativos entre la población femenina, que accede con más dificultades a la educación, está más empobrecida y ha sido invisibilizada a lo largo de la Historia del país. Pero las timorenses, como las mujeres de cualquier país, han sido y son imprescindibles. Durante la ocupación indonesia, se ocuparon de atender las necesidades de los refugiados en las zonas más remotas de la parte oriental y asumieron responsabilidades de movilización y comunicación durante la resistencia. En la actualidad, se encargan del cuidado de sus extensas familias, fabrican los tejidos típicos timorenses y algunas son pescadoras, especialmente las que viven en la isla de Ataúro. A pesar de su papel fundamental, siguen luchando contra la violencia de género, la falta de control de su propio cuerpo y sexualidad y las limitaciones en el acceso al trabajo y a los cargos de liderazgo.
Para ampliar: “Las mujeres en Timor Oriental: tejiendo resistencias”, Inês Nunes en Público, 2016
¿Es Timor Oriental un Estado fallido? Sin duda alguna, su posición es crítica. Los peores datos se encuentran en la presión demográfica, ya que las consecuencias de los miles de desplazamientos forzados durante el período previo a la independencia todavía se perciben. Un segundo factor sería la dependencia exterior debido a la intervención de Naciones Unidas desde 1999. Asimismo, la fragmentación de las élites y la desigualdad entre las clases más altas y la mayoría de la población definen al joven país.
Por último, la escasa inversión en servicios públicos, como la reconstrucción de infraestructuras o el funcionamiento de los equipamientos sanitarios y escolares, hace que Timor Oriental pueda considerarse, por el momento, un Estado débil. Pero no olvidemos que han pasado tan solo 16 años desde su independencia y la consolidación de las instituciones es un proceso complejo, sobre todo en un país dividido entre Dili ⎯la capital—, donde se encuentran la mayoría de los servicios e instituciones, y las zonas rurales, donde se coció la resistencia durante la ocupación indonesia.
Para ampliar: “Timor-Leste o la construcción de la nación en un estado fallido”, Walter Cadena y Camilo Devia, 2010
Timor, uno de los países más recientes del mundo, se sitúa en una isla compartida con otro Estado en medio del océano Índico. Es un país con menos de dos décadas de Historia, una población que aumenta más de un 2% anual y con un 60% de ciudadanos menores de 25 años. Estos son los grandes retos para este joven país en vías de desarrollo. En primer lugar, la falta de uniformidad entre la capital y las zonas rurales, que no se resolverá solamente con los planes del Gobierno para reconectar con la lengua portuguesa. En segundo lugar, la lucha contra la corrupción y las desigualdades, que sufren en mayor medida las mujeres, y encontrar fórmulas para dar respuesta a las aspiraciones de la población más joven. Por otro lado, habrá que pensar alternativas para la gestión de los recursos naturales y la dependencia de los ingresos que se derivan de ello en un mundo donde el precio del crudo disminuye. Además, teniendo en cuenta su localización, el cambio climático y sus efectos implican un riesgo destacable, especialmente para la seguridad alimentaria.
Para dar respuesta a todos estos retos, el país tiene que utilizar la inversión en cooperación para crear conocimiento y estrategias de desarrollo sostenible y buscar aliados con los que cooperar en Asia ⎯aún no es miembro de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático⎯ y en el resto del mundo.
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