La primera vez que Xavier Moret (Barcelona, 1952) pisó Zanzíbar lo hizo tras viajar en autobús por el interior de Tanzania rumbo al puerto donde cogió el barco que le llevó a esta isla del Índico. En su ruta, el vehículo sufrió un pinchazo que dejó tirados a los viajeros durante una hora en medio de un sofocante calor africano a la orilla de una acacia. Agobiado por la temperatura y las moscas, el periodista y escritor maldijo su mala fortuna, hasta que oyó a un tanzano decir: «¡Qué suerte hemos tenido de pinchar al lado de esta acacia!». Fue la sombra de aquel árbol lo que hizo soportable la espera.
Cataratas de Murchison (Uganda). /
De todos los motivos que existen para querer ir a África, Xavier Moret, que confiesa excitarse cada vez que se le presenta un viaje a este continente, se queda con la promesa de lo inesperado que entraña esta tierra. Hay lugares que atraen por la garantía de la experiencia que anuncia el folleto. En África, en cambio, el magnetismo radica en la sospecha de que puede ocurrir cualquier cosa en cualquier momento, que es lo más parecido a la aventura que puede vivir un occidental a estas alturas de civilización. «Si te pones nervioso, estás perdido. Si te pones a favor de lo que pase, todo lo que ocurra te enriquecerá por dentro. África te enseña que improvisar no tiene por qué ser malo», afirma el periodista.
Un cocodrilo ataca a una cebra en Masái Mara (Kenia). /
Así fue la primera vez que visitó este continente, en la década de los 80, y así ha seguido siendo la decena de veces que volvió a recorrerlo en los últimos 30 años. De todas esas excursiones, Moret regresó siempre a casa cargado de paisajes sobrecogedores, historias increíbles y experiencias únicas, pero sobre todo llegó con la sensación de haber viajado por el interior de sí mismo. «África despierta una parte intuitiva que la cultura occidental nos tiene taponada. Incluso el tiempo tiene aquí otra dimensión. Este lugar ofrece un compás de espera, y mientras esperas, puedes ver cómo el tiempo estalla en mil pedazos ante tus ojos. Lo dicen los propios africanos: los europeos tenéis los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo», explica.
El masái en su poblado de Tanzania que aparece en la portada de ‘Tras los pasos de Livingstone’. /
Los viajes de Moret por el continente negro le han servido para publicar infinidad de reportajes en distintos medios, como EL PERIÓDICO, y el libro ‘A la sombra del baobab’ (2006), en el que pasaba revista a los ejemplares más espectaculares de este árbol en la sabana de Botsuana (también es autor de obras sobre Islandia, Grecia, Armenia, Hong-Kong y Estados Unidos). En su último libro, ‘Tras los pasos de Livingstone’ (Península), el escritor propone un recorrido por cinco países del África oriental (Zanzíbar, Tanzania, Uganda, Kenia y Congo) siguiendo las rutas que trazaron los grandes exploradores.
Podría haberse guiado por otro criterio, «porque cada viaje a África da para un libro», asegura, pero eligió éste en homenaje a los aventureros británicos que, como David Li-vingstone, Richard Burton, John Speke o Henry Stanley, llenaron de accidentes geográficos y toponimia las zonas del mapa de África que a mediados del siglo XIX seguían siendo manchas blancas. Lo hicieron como se hacía entonces, sin ‘gps’ y a machetazo, adentrándose con curiosidad y valentía por territorios ignotos, y si bien hoy es imposible viajar con el sentido de la aventura que a ellos les animaba, la excursión que propone Moret tras sus pasos da para imaginar cómo debió sentirse el primer hombre blanco que pisó aquellas tierras. Las siguientes son cuatro postales de esa excursión.
La isla situada frente a las costas tanzanas fue la puerta de entrada a África para los exploradores europeos igual que antes lo había sido para los traficantes de esclavos y anteriormente había servido de parada y fonda para los navegantes portugueses en la era de los descubrimientos. Todas esas muescas de la historia son visibles hoy en Zanzíbar, convertido en el país más turístico del este africano después de que las grandes cadenas hoteleras descubrieran el encanto que tenían las vetustas construcciones coloniales si se las dotaba de servicios de lujo.
El autor del libro, Xavier Moret, en Masái Mara. /
A media hora en barca desde Stone Town, la capital del país, se encuentra la isla de Changuu, antes conocida como La Prisión. «Estremece pensar que donde hoy toman el sol los turistas y se hacen fotos junto a las tortugas gigantes, millares de esclavos se hacinaron antes de ser vendidos», cuenta el viajero ilustrado. Entre 1800 y 1873, en Zanzíbar se vendieron cada año 40.000 esclavos, normalmente enviados a trabajar en las plantaciones de algodón de América.
Ujiji, orilla del lago Tanganica, 10 de noviembre de 1871. Tras siete meses de búsqueda, el periodista galés Henry Stanley cumple la misión que le ha encomendado el propietario del ‘New York Herald’: encontrar al misionero y explorador escocés David Livingston, que se adentró en la selva cinco años atrás en busca de las fuentes del Nilo y no se ha vuelto a saber de él. El saludo que le brindó ha pasado a la historia: «Doctor Livingston, supongo». Hoy, una placa situada junto a un mango identifica el lugar del encuentro y un modesto museo rememora la figura del explorador. «Tanzania no solo es el Kilimanjaro y los parques nacionales, este rincón del país tiene un encanto especial y permite evocar cómo fue aquella época de aventureros», opina Moret.
Encontrar el nacimiento exacto del Nilo fue uno de los trofeos perseguidos con más ahínco por los exploradores del siglo XIX. El gato se lo llevó al agua John Speke, quien en 1862, en las cercanías del lago Victoria, dio con la fuente de la que mana el segundo río más largo del mundo. «El lugar decepciona un poco porque la presa de Owen, construida en 1954, resta espectacularidad a las cataratas que había originariamente, pero es emocionante ver brotar un agua que acabará desembocando en el Mediterráneo. Sientes que estás en el corazón de África», señala el periodista. Un obelisco y una inscripción recuerdan la hazaña exploradora de Speke.
Desde Mombasa parte la línea ferroviaria que comunica Uganda con el océano Índico. La construcción de esta vía, bautizada por los ingleses como Lunatic Express por el inhóspito lugar que recorría, da para un serial de aventuras por entregas. Como en las películas del oeste americano, los raíles se colocaban según avanzaba el tren. La obra, que se inició en 1896 y duró cinco años, costó la vida a 2.000 operarios, muchos de ellos devorados por los leones o muertos por las lanzas de los guerreros masáis, que se oponín a la llegada de aquel monstruo de hierro y humo. En el 2017, un moderno tren rápido de fabricación china logró reducir la distancia entre Nairobi y Mombasa de 24 a cuatro horas. «China es el colonialismo de nuevo cuño», suspira Xavier Moret.
Fuente. El Periódico
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