Antes, la bahía de Greyhound era un lugar al que los barcos viejos iban a morir. Las aguas poco profundas de esta estrecha franja costera situada en el margen occidental del Sáhara eran un escenario desolado pero apropiado para barrenar un arrastrero, un buque de mercancías o un remolcador obsoletos. Tantos barcos fueron aquí a la tumba que el vecino puerto de Nuadibú parecía cautivo de una flota fantasmal que lo vigilaba desde el otro lado de las dunas.
Actualmente, los navegantes que ponen rumbo a esta puerta de entrada a Mauritania, en África Occidental, no lo hacen con la intención de abandonar el barco. Los pesqueros turcos se mecen sujetos al ancla con la colada puesta a secar en la cubierta; en alta mar, los cascos convexos de las embarcaciones chinas surcan las olas trazando estelas en forma de V, y en la cercana costa, los nómadas convertidos en pescadores de pulpos inspeccionan la superficie a través de las estrechas aberturas de los turbantes que en el pasado los protegían de las tormentas de arena.
Pero la actividad más lucrativa se realiza detrás de paredes de gran altura. A no ser por el hedor nauseabundo, podría pasar fácilmente desapercibida.
Hace algunos sábados, Hamud el Mami, director de una de las fábricas, miraba por la puerta de un almacén de Africa Protéine cómo dos de sus trabajadores metidos hasta la rodilla en sardinellas —unos peces parecidos a la sardina que se reproducen a millones en la corriente de las Islas Canarias, frente a las costas del noroeste de África— se abrían paso a duras penas a través del cúmulo plateado y ondulante.
Aparentemente ajenos a la pestilencia, los operarios, equipados con botas de goma, metían el pescado a paladas en un conducto parecido a una trompa. La máquina, provista de un gigantesco tornillo, licuaba cada sardinella que entraba en contacto con este. A continuación, aspiraba la masa resultante a través de un orificio en la pared y la dirigía hacia los voluminosos aparatos de la factoría propiamente dicha.
Las ávidas máquinas de Africa Protéine producen harina de pescado, un polvo rico en nutrientes que alimenta un negocio cuyo valor asciende a 160.000 millones de dólares (unos 141.000 millones de euros). La acuicultura es uno de los sectores de la industria alimentaria en más rápido crecimiento del mundo, y está tomando aceleradamente la delantera a la pesca como principal fuente de este producto para consumo humano. Desde las balsas de gambas de los deltas de los ríos de China hasta las jaulas de salmones de los fiordos noruegos, la industria prospera dando de comer pescado a los peces. Es tal su voracidad que alrededor del 20% de captura salvaje del mundo no va a parar a nuestros platos, sino que se tritura para producir harina.
La incesante demanda de China ha impulsado los precios de este derivado a niveles récord. En consecuencia, las empresas han puesto la vista en África occidental como nueva fuente de suministro. Desde las corporaciones públicas hasta los empresarios de riesgo, los inversores chinos compiten por levantar nuevas plantas en las costas de Mauritania y de sus dos vecinos del sur, Senegal y Gambia.
Sin embargo, en su fiebre por la sardinella, los intereses empresariales mundiales están arrebatando un componente básico de la dieta a la gente de la zona que más lo necesita. Al mismo tiempo, las palas de los molinos mecánicos suponen una nueva amenaza para las especies ahora que el cambio climático está obligando a la sardinella a luchar por su supervivencia. «En cuatro o cinco años no quedarán reservas, las factorías cerrarán y los extranjeros se irán», vaticina Abdu Karim Sall, presidente de una asociación de pequeños pescadores de Senegal conocida como Papas, su acrónimo en francés. «A nosotros nos dejarán aquí sin comida».
Los datos de los satélites indican que las aguas al norte de Senegal y Mauritania se están calentando más deprisa que las de ninguna otra zona del cinturón ecuatorial denominado Zona de Convergencia Intertropical. Este cambio climático oculto a la vista ha tenido un efecto que no augura nada bueno. Un nuevo estudio llevado a cabo por expertos del Instituto de Investigación para el Desarrollo, una organismo francés cuya central se encuentra en Marsella, ha descubierto que, desde 1995, el aumento de las temperaturas ha empujado a la sardinella una media de 300 kilómetros hacia el norte. El hallazgo, cuyos resultados fueron compartidos con Reuters, proporciona la primera prueba inequívoca de que se está sumando a una diáspora mundial de especies marinas que huyen en dirección a los polos o hacia mayores profundidades a medida que las aguas se calientan. La magnitud de esta migración masiva empequeñece a cualquiera de las que tienen lugar en tierra. Según Camille Parmesan, profesora de la Universidad de Plymouth y una autoridad en los efectos del clima sobre la vida marina, los peces se desplazan por término medio 10 veces más lejos que los animales terrestres afectados por el aumento de las temperaturas.
La harina de pescado alimenta un negocio cuyo valor asciende a 160.000 millones de dólares (unos 141.000 millones de euros)
El cambio climático no solo está expulsando a la sardinella de su hábitat natural. También está ejerciendo una presión indirecta diferente sobre la fauna oceánica al aumentar aún más los incentivos para la elaboración de harina de pescado de África Occidental.
Perú es, con diferencia, el mayor exportador del mundo de este producto, que manufactura a partir de sus inmensos bancos de boquerones. En consecuencia, la influencia del país sobre sus precios es comparable al papel de Arabia Saudí como productor regulador en el sector del crudo. Desde principios de la década de 1970, el fenómeno meteorológico El Niño viene causando periódicamente pérdidas catastróficas para las gigantescas capturas de boquerones debido a que altera el mecanismo de surgencia (ascenso de masas profundas de agua) que los abastece de nutrientes. Parece que, en la última década, el cambio climático ha aumentado la frecuencia de El Niño y sus consecuencias, lo cual, a su vez, puede provocar un alza significativa del valor económico de la harina de pescado.
Puede que esta inestabilidad cada vez mayor sea un buen augurio para los productores de África occidental, que incrementan sus ganancias cada vez que los precios se disparan. Sin embargo, la sobreproducción seguramente tendrá efectos nefastos para millones de habitantes de la zona, ya que supone una amenaza para las poblaciones de peces de los que estas dependen como fuente principal de empleo, ingresos y proteínas.
Según un informe financiado por la Unión Europea y publicado en 2015, la demanda de harina de pescado ha hecho que las capturas anuales de sardinellade Mauritania hayan pasado de 440.000 a 770.000 toneladas en tan solo unos años. El análisis descubrió que los barcos senegaleses contratados por las factorías multiplicaron sus atraques por 10 solo entre 2008 y 2012. Los oceanógrafos afirman que las poblaciones de peces de la corriente de las Islas Canarias no podrán soportar esta presión mucho tiempo.
Las comunidades costeras de África occidental ya se cuentan entre las poblaciones más vulnerables a los efectos del cambio climático. La subida del nivel del mar ha empezado a engullir poblaciones enteras, mientras que el empeoramiento de las condiciones meteorológicas ha vuelto la pesca aún más peligrosa. Las sequías y las precipitaciones irregulares han obligado a los agricultores a abandonar sus tierras y dirigirse a la costa para engrosar las filas cada día más numerosas de hombres cuya máxima esperanza de alimentar a su familia reside más allá de las olas.
Pero en la lengua de tierra de Nouadhibou, en la que los trabajadores esperan la llegada de la próxima carga de pescado, los jefes de las plantas se encogen de hombros cuando oyen hablar del agotamiento de los bancos de sardinella. «Todavía hay muchos», asegura El Mami señalando con una sonrisa en dirección a una playa cercana. «Si echa la caña allí, pescará un pez bien bonito».
Los ojos pintados observan desde las proas de las piraguas que se bambolean en las olas de Joal Fadiouth, el frenético centro de la industria pesquera de Senegal. Engalanadas con los nombres de venerados líderes espirituales cuya influencia alcanza a todos los niveles de la sociedad senegalesa, algunas embarcaciones reflejan también aspiraciones más mundanas a través del escudo cuidadosamente reproducido del Manchester City o de las palabras Barack Obama.
La pasada década, el afán por enriquecerse que dominaba las mentalidades llevó a duplicar el tamaño de la pequeña flota del país. Deseoso de ganar votos, el Gobierno ha subvencionado las embarcaciones fueraborda para permitir a los pescadores navegar aún más lejos. La flota, que actualmente emplea directa o indirectamente a 600.000 personas —el equivalente al 17% de la población activa—, crece rápidamente y amenaza con estrangular el recurso que la sostiene.
Un martes de hace pocas semanas, el capitán Doudou Kotè saltó por la borda de su barca y se subió a un carro tirado por un caballo a todas luces acostumbrado al oleaje. Avanzando como un rey a través de las olas en su taxi anfibio, Kotè repetía lo que mismo que dicen muchos de sus compañeros: que la sardinella, una especie de talismán para Senegal, está en pleno proceso de desaparición.
«Actualmente hay más piraguas. Los que antes no poseían ninguna ahora tienen una, y los que tenían una, ahora cuentan con dos», explica Kotè, un robusto marinero que calza botas verdes y lleva un gorro de piel de cordero con forma de cono. «Muchas veces volvemos a casa sin haber conseguido nada. No tenemos bastante para comprar combustible, ni siquiera para comer». Kotè es un hombre de natural alegre con dos esposas y seis hijos, pero su expresión se ensombrece cuando predice que la presión sobre la sardinella no tardará en provocar la ruina. «Si tuviese otro trabajo, dejaría de pescar», remacha.
La incesante demanda de China ha impulsado los precios de este derivado a niveles récord. En consecuencia, las empresas han puesto la vista en África occidental como nueva fuente de suministro
Los senegaleses no son los únicos perjudicados por la transformación de su principal recurso en harina. Los investigadores calculan que Mauritana tritura anualmente 33.000 toneladas de sardinella que antes se vendían en mercados de África occidental como Ghana, Nigeria y Costa de Marfil. Esta cifra equivale casi al consumo anual de pescado de los 15 millones de personas que forman la población de Senegal.
Aunque la producción de este país equivale solamente a una parte del volumen de harina de pescado que exportan las alrededor de 30 fábricas mauritanas, su docena de plantas puede representar una amenaza desproporcionada al alterar el delicado mecanismo de mercado que antes limitaba la cantidad de pescadores que podía admitir.
Tiempo atrás, en las estaciones en las que la sardinella migraba más cerca de la costa, Kotè y sus compañeros podían llevar fácilmente a tierra más pescado del que el mercado local era capaz de absorber. Las tripulaciones abandonaban la parte de la captura que no conseguían vender para que se pudriese en la arena, y luego se quedaban en casa hasta que pasaba la saturación. Ahora que las fábricas están dispuestas a comprar hasta el último animal, no hay nada que impida a la flota presionar a las poblaciones hasta su agotamiento.
«Podríamos encontrarnos con una situación catastrófica», opina Patrice Brehmer, oceanógrafo del Instituto de Investigación para el Desarrollo y coautor del estudio que ha revelado que el calentamiento de las aguas está empujando la sardinella hacia el norte.
Debido al desequilibrio creciente entre población y naturaleza en la corriente de las Islas Canarias, los pescadores se preguntan si no se verán forzados a volver dentro de poco a la pobreza de sus poblados ancestrales. Ibrahima Samba antes se ganaba la vida a duras penas cultivando cacahuetes y mijo en el terreno que su familia tenía a las afueras de la ciudad senegalesa de Mbour. Cuando la lluvia empezó a llegar demasiado pronto o demasiado tarde, se sumó a los agricultores que cambiaban las azadas por redes. «Nos dábamos cuenta de que el clima estaba cambiando. Las cosas nunca iban como esperábamos, y siempre nos encontrábamos con sorpresas», cuenta. «En el mar, sales ese mismo díay vendes. Además, no necesitas ser un profesional. Veíamos que los pescadores tenían coches bonitos y que se construían casas, así que nos unimos a ellos».
Tras 22 años trabajando en la pesca, Samba afirma que el cambio climático está volviendo a amenazar su medios de vida, esta vez al ahuyentar a la sardinella. «Los que vendieron sus tierras seguramente van a tener problemas, ya que es probable que tengamos que volver a cultivar».
Los efectos de las fábricas de harina de pescado son visibles en los rostros de las mujeres de la zona. No lejos de la playa de Joal-Fadiouth, perezosas columnas de humo se elevan en espiral desde un grupo de hornos al aire libre en los que se han puesto a secar apretadas filas de sardinella sobre las cenizas incandescentes. Antes, gran parte del pescado se marinaba y se servía sobre una base de arroz picante en el plato nacional senegalés, conocido como thiéboudiène. En los buenos tiempos, los miles de trabajadoras de estas instalaciones, casi todas mujeres, lograban ganar más que los pescadores con los que a menudo estaban casadas, lo que les permitía ahorrar lo suficiente para comprar motores, e incluso barcos, nuevos.
Una de ellas es Rokeya Diop, una figura matriarcal respetada por su comunidad. Actualmente, la humareda acre que flota sobre el complejo casi desierto acompaña a su estado de ánimo. Bajo su mirada, las encargadas de mantener el fuego siguen cumpliendo con su tarea de alimentar los hornos vacíos con la paja que sirve de combustible, utilizando largas varas para remover de vez en cuando las cenizas ardientes. Las fábricas, sin embargo, están dispuestas a pagar por la sardinella el doble de lo que Diop y sus amigas pueden ofrecer, lo cual deja a estas con las manos vacías de todo menos de tiempo. «Cada día estoy aquí hasta las 10 de la noche, pero vuelvo a casa sin nada», cuenta apenada haciendo chocar las palmas de las manos.
Aunque la demanda de las plantas de procesado es uno más de los muchos factores que afectan a la cantidad de pescado disponible en Senegal de una estación a otra, en la costa crecen los rumores de que en el mar se están produciendo cambios mucho mayores.
«No podemos echar la culpa de todo a las fábricas», opina Maimouna Dioj, tesorero de un consejo local que dirige la actividad pesquera en Joal-Fadiouth, mientras un grupo de hombres carga cajas en los camiones aparcados en una plataforma junto a la playa. «El cambio climático está calentando el agua».
Años de sol y agua salada se han conjurado para dar al Amrigue, un catamarán amarrado en el puerto de Nouadhibou, su característico aspecto curtido. A pesar de todo, la embarcación bimotor aún está en condiciones de navegar y trasladar a los equipos de científicos a la bahía de Greyhound con el fin de recopilar datos sobre el calentamiento del mar.
Un sábado, el Amrigue echó el ancla cerca de banco de arena conocido como La Gacela, situado a unas dos millas náuticas del puerto. Abdoul Dia, jefe de laboratorio del Instituto Mauritano de Investigación Oceanográfica y de la Pesca (Imrop, por sus siglas en francés), lanzó al agua con un chapoteo el aparato que utiliza para recoger sedimento del fondo marino. El investigador izó una muestra a la cubierta, vació la gravilla en un cubo de plástico y empezó a rebuscar con la ayuda de una criba y una manguera. Buscaba microorganismos que pudiesen servir a sus colegas para trazar una imagen más detallada del cambio que están experimentando las condiciones marinas.
El panorama general está claro. 30 años de mediciones muestran que las templadas aguas mauritanas están cada vez más calientes. «Si nos fijamos, observamos un aumento de la temperatura media que confirma la tendencia al calentamiento», afirma Dia, que lleva un chaleco salvavidas naranja encima de su bata blanca de laboratorio.
El cambio climático está ejerciendo una presión sobre la fauna oceánica al aumentar aún más los incentivos para la elaboración de harina de pescado de África Occidental
En la sede central del Imrop, situada sobre un risco con vistas a la bahía, Dia explica por qué el calentamiento es tan importante. Nouadhibou se encuentra cerca de una zona de convergencia en la que las aguas más frías del norte chocan con las tropicales del sur. La latitud exacta de este frente térmico varía ligeramente cada año. Ahora bien, debido al calentamiento de las aguas, ha empezado a fluctuar mucho más hacia el norte, llegando a trasladarse hasta la ciudad marroquí de Casablanca, a 1.400 kilómetros de distancia. El centro de gravedad de las reservas de sardinella se ha desplazado hacia el norte a la par que la especie ha intentado mantener una temperatura óptima. Este cambio favorece a las plantas de Mauritania, ya que ahora la sardinella se concentra más cerca de ellas. Por el contrario, perjudica a los pescadores senegaleses y gambianos del sur, cuyos recursos vitales se están alejando.
Algunos investigadores creen que, con el tiempo, la tendencia al calentamiento hará que aumente la cantidad de peces en la corriente de las Islas Canarias a medida que nuevas especies encuentren un ambiente propicio en las condiciones cambiantes. Otros, sin embargo, ven un futuro menos prometedor. Vicky Lam, economista especializada en pesca del Instituto para los Océanos y las Pesquerías de la Universidad de Columbia Británica (Canadá) y otros tres investigadores publicaron en 2012 un estudio sobre el posible impacto del cambio climático sobre la pesca en 14 países de África occidental, entre ellos Mauritania, Senegal y Gambia. Sus predicciones para 2050 son desoladoras. Según ellos, se producirá una caída del 21% del valor anual en muelle de las capturas, los puestos de trabajo relacionados con la peca descenderán un 50%, y la economía regional sufrirá unas pérdidas anuales de 311 millones de dólares.
La industria de la harina de pescado no hace sino incrementar la presión. Ad Corten, presidente de la comisión de la sardinella de un grupo de evaluación de poblaciones que asesora a la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), afirma que los barcos pesqueros estaban realizando capturas excesivas en la corriente las Islas Canarias ya antes de la llegada de las factorías. «La situación va a estallar en uno o dos años», vaticina Corten. «Observamos que la sardinella escasea en aguas mauritanas, y lo mismo nos dicen de Senegal».
Los pescadores se dan cuenta de que las características del mar están cambiando. El año pasado, la peor ola de frío en dos décadas frente a las costas de Nouadhibou perjudicó a las capturas de pulpo y sardinella; las golondrinas que migran a través de las dunas cercanas aparecieron con seis semanas de retraso; el fuerte viento que normalmente agita el océano de marzo a junio se negó a soplar, y en Marruecos, en la ciudad de Zagora, en el desierto, nevó por primera vez en medio siglo.
«El año pasado, el océano estuvo completamente loco», recuerda Abdel Aziz Boughourbal, director de Omaurci, una de las mayores empresas de procesado y producción de harina de pescado de Mauritania, mientras come un plato de pulpo frito en un restaurante junto al mar en el que los marineros extranjeros abren sus latas de cerveza importada. Cuenta que, hace poco, un chileno miembro de la tripulación de uno de sus barcos se quedó boquiabierto cuando la embarcación se adentró en un enorme banco de boquerones de un tipo que normalmente se encuentra en Perú.
Al parecer, algunos inversores chinos no comparten la preocupación de los pescadores. A lo largo de los últimos años, grandes empresas pesqueras han firmado acuerdos por cientos de millones de dólares para instalar plantas de procesado y producción de harina de pescado alrededor de Nouadhibou. Ahora, sus gigantescos complejos recién construidos se levantan sobre la arena. Incluso los pequeños empresarios chinos del puerto quieren expandirse.
«Si tenemos la oportunidad, llevaremos a cabo otros proyectos, desde aumentar la producción de harina de pescado hasta procesar y congelar», declara Fan Yongzhen, un estresado ejecutivo de Continental Seafood, una de las factorías de Nouadhibou.
En la capital, Nuakchot, China Road and Bridge Corporation, constructora de gigantescos proyectos de infraestructuras en toda África, ha presentado propuestas para promover un parque industrial marino de 10.000 hectáreas al sur de la ciudad. Según el estudio de viabilidad de la empresa, que Reuters ha podido consultar, la planta contará con instalaciones de procesado, congelado y exportación de pescado y, por supuesto, de harina de pescado.
Ahora que todo el mundo, desde los industriales chinos hasta los pequeños agricultores senegaleses, tiene los ojos puestos en la corriente de las Islas Canarias para hacer fortuna, las tensiones han empezado a estallar. En enero, en el puerto senegalés de San Luis, los pescadores provocaron desórdenes después de que la guardia costera mauritana disparase y matase a uno de sus compañeros. Un veterano guardacostas declaró a Reuters que el hombre murió por accidente cuando un oficial abrió fuego para intentar inutilizar el motor de una piragua senegalesa que intentaba embestir la embarcación de la patrulla mauritana.
La sardinella migra a través de una zona de unos 600 kilómetros de extensión compartida por Mauritania, Senegal y Gambia. Las autoridades de los tres países insisten en que quieren gestionar sus poblaciones de peces de manera sostenible y desarrollar una industria de procesado, congelado y exportación capaz de crear miles de puestos de trabajo. Sin embargo, sin un sistema de gestión regional organizado, el objetivo difícilmente es compatible con la instalación de más trituradoras en beneficio de las plantas que producen alimentos para Asia, Europa y Norteamérica.
Bamba Banja, secretario permanente del Ministerio de Pesca de Gambia, declara que la prioridad de su Gobierno es garantizar que la población local disponga de suficiente pescado para su consumo. «Llegado el momento, preferiríamos cerrar las fábricas y permitir que los gambianos de a pie, las mujeres y los desfavorecidos, tuviesen acceso a estos recursos», asegura.
A pesar de las aseveraciones del Gobierno, la ciudad gambiana de Gunjur se ha convertido en símbolo del conflicto que puede provocar la harina de pescado. En 2016, un industrial chino abrió una planta costera llamada Golden Lead. Aunque muchos habitantes de la localidad están agradecidos por tener empleo como estibadores en la factoría —una de las tres que han surgido de la noche a la mañana en los 80 kilómetros de la minúscula línea costera del país—, otros temen que la demanda de harina de pescado de la empresa ponga en peligro la supervivencia de la comunidad a largo plazo.
En marzo, docenas de personas se reunieron en la playa y desenterraron un conducto de la factoría que vertía residuos al mar. Los activistas locales acusaron a Golden Lead de contaminar una laguna cercana en la que anidan y se alimentan las águilas pescadoras, y los cocodrilos salen del agua para holgazanear en los bancos de arena al calor de media mañana. Después enseñaron a Reuters fotos de peces muertos flotando y de un feo color rojo que enturbia el agua.
Según un documento oficial consultado por Reuters, a raíz de estos hechos, el organismo de Medio Ambiente de Gambia ordenó a Golden Lead que alargase la tubería para que entrase 320 metros en el mar. Unas semanas después de que los jóvenes la desenterrasen, llegó una cuadrilla para construir la extensión exigida. Los directores de la factoría celebraron la ocasión izando una bandera china en la playa.
Golden Lead declara que respeta la normativa gambiana y que ha beneficiado a la ciudad de múltiples maneras, entre ellas al dar empleo a docenas de trabajadores, mejorar un colegio y donar ovejas a los ancianos en el Ramadán.
«Somos una empresa», afirma un miembro del personal que prefirió permanecer en el anonimato. «Si no lo hacíamos nosotros, vendrían otros». Lamin Jassey es profesor de inglés y fue uno de los líderes de la protesta contra Golden Lead. Jassey forma parte de un pequeño grupo de activistas acusados de un delito de daños, violación de la propiedad e «intimidación y acoso» a la empresa. El profesor tuvo que depositar una fianza de 8.400 dólares, casi 20 veces los ingresos medios anuales en Gambia.
«Actualmente, Gunjur está en auge. Hay muchos pescadores, y miles más que vienen de Senegal», cuenta mientras mira cómo los estibadores se meten en el agua hasta la cintura para descargar el pescado y llevarlo a la puerta de la planta de procesado, «pero si se sobreexplotan los recursos y al final escasean, ¿qué pasará en el futuro?».
Este reportaje forma parte de Ocean Shock, una serie de Reuters que investiga los efectos del cambio climático en la fauna marina y en las poblaciones que dependen de ella. Publicado originalmente en inglés.
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