Por: José Francisco Peña Guaba
El 5 de julio los dominicanos estamos convocados a elegir con nuestro voto a un nuevo gobierno y a un nuevo Congreso. Estos comicios tienen la particularidad de que van a realizarse en medio de una pandemia, que hace peligrar la salud de los electores. La verdad es que lo correcto sería no celebrar las elecciones en esa fecha pero, nuestra clase política resultó incapaz de ponerse de acuerdo para construir un gobierno provisional, de manera que los ciudadanos están obligados a asumir la posibilidad de ser infectados por este mortal virus.
El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) sabe que tiene todo el poder y los recursos. Administra la crisis y entiende que ese es su mejor escenario. El Partido Revolucionario Moderno (PRM), por otra parte, se sabe representante de una parte importante del electorado que desea el cambio y tienen temor de perder el “time” de la campaña; entienden que si esperan un poco más de tiempo pudiesen perder su preferencial posicionamiento.
Ante esa realidad no hay de otra: vamos a las elecciones en las que se presenta una situación parecida a la del año 1996, cuando tres fuerzas se disputaban la clasificación en la primera vuelta, a saber el PRD, el PRSC y el PLD. Las dos fuerzas tradicionales eran los blancos y los coloraos, bajo la égida de los liderazgos de los doctores Peña Gómez y Balaguer, respectivamente. En esas elecciones el reformismo, inteligentemente, en la primera vuelta transfirió una parte de sus votos a favor del PLD, para hacerlos clasificar, y en la 2da. vuelta de manera pública le dieron su respaldo, creando una percepción de triunfo con lo que llamaron el “Frente Patriótico”, llevando a Leonel Fernández a la presidencia. En un anterior artículo explique las razones que tuvo el Dr. Balaguer para impedirle el paso al líder más carismático que ha tenido la nación.
En estas elecciones de julio hay también 3 fuerzas en competición, con un electorado que las apoya en diversa medida, por razones diferentes y con un perfil ciudadano también diferenciado. Veamos:
1- ) Los que le votarán al PLD y Gonzalo Castillo no lo harán por simpatía, mucho menos emitirán un voto ideológico o programático. Antes bien, se trata de lo que los expertos llaman un “voto patrimonial “, un voto de compromiso de gestión. El PLD lleva 5 elecciones presidenciales ganadas, de manera que tiene el voto de los comprometidos con sus gestiones, los empleados públicos, el voto de los beneficiados de una u otra manera por sus administraciones. Es el voto gobiernista, el que a fuerza de la necesidad de defender lo ya logrado tiene que hacer el mayor esfuerzo para mantenerse en el poder. Sumado a eso está el “voto clientelar” o “voto chatarra”, el voto que se obtiene por seducción de los electores a través de beneficios directos, que se dividen en dos grupos: aquellas a quienes se les compromete el voto previamente, con las asignaciones “asistenciales”, como ocurre con los beneficiarios de la tarjeta solidaridad, los del programa “Quédate en casa”, y el más reciente “Pa tí”, programas que contemplan ayudas de 5 mil a 7 mil por beneficiario y que teóricamente llegarán a más de un millón ochocientos mil ciudadanos para julio. En otro grupo está el pragmático “voto chatarra”, que no es sólo que se compra sino que se vende al mejor postor. Como es natural, el que más tiene para la puja siempre será el gobierno. Eso es un intercambio inmediato donde la mercancía es el derecho cívico del ciudadano. Como verán por esta pandemia, la gente asustada y teniendo como prioridad sus problemas económicos básicos, lo menos que puede hacer un político con criterio es subestimar la fortaleza de esta estrategia de captación de votos.
2- ) Los que votarán por el PRM y Luis Abinader. El voto del nuevo partido es el voto tradicional perredeísta, el PRM es el mismo PRD con otras siglas. Hipólito- Luis unieron sus fuerzas para en un golpe de audacia a fuerza de estigmatizar a las actuales autoridades del PRD como traidoras por lo sucedido en el 2012 y lograron mudar la casi totalidad de las bases y dirigencia del PRD al PRM. La prueba es que en las elecciones del 2016 alcanzaron un 35 % del electorado. Como son la propuesta diametralmente opuesta al PLD, son los portaestandarte del cambio, son el receptáculo del voto anti peledeista, beneficiario del apoyo de todos los sectores contrarios al gobierno, entre ellos la clase media, que ha sido golpeada fiscalmente hablando por las administraciones moradas. Hoy se suman a la ola del cambio grupos políticos y sociales que lo ven como la alternativa viable para salir del PLD. La mayoría de ese voto no es compromisario con la persona de su candidato, que recoge ese apoyo gracias al trabajo continuado de 10 años que le ha dado sus frutos. Hay que decir de Luis Abinader que, al no haber sido funcionario público, mantiene incólume su imagen, proviniendo de una familia empresarial cuyo padre es reconocido como un templo de honestidad. El voto por el cambio no presenta afinidad real con su candidato, es la respuesta obligada a la opción que tenemos, pero, no importando las razones, la oposición tradicional tiene un voto propio de larga data, que sumado al rechazo generado por la cúpula palaciega nos obliga a comprender que son la fuerza preeminente en estos momentos.
3- ) El voto por Leonel y su partido LFP es un voto diferenciado. Sin lugar a dudas, es el voto más consciente que existe. Es un voto al liderazgo tradicional, a las condiciones excelsas del candidato, es un voto de profunda admiración y reconocimiento, es el voto de los que entienden a Leonel como el político y estadista de mejores condiciones que tiene la Nación. Es el voto del orgullo de saber que se está votando por la mejor opción. Para los ciudadanos apartidistas, es el prototipo del liderazgo formado y con la mayor experiencia; para los peledeístas ortodoxos es “el discípulo de Bosch”; para las capas altas y medias, temerosas de la profunda crisis que dejará la pandemia, es el capitán necesario para llevar la nave de la República a buen puerto. A los leonelistas no les importa el posicionamiento electoral de su candidato, no hay interés porque, sea cual sea su posicionamiento en las encuestas, votarán por él. Sobre todo, es un voto de orgullo porque el elector del Dr. Fernández entiende que su voto es de calidad, porque vota por la mejor opción, pero también Leonel se sabe que tiene un voto escondido de agradecimiento y empatía en la base del PLD, que se va a expresar el 5 de julio. Igualmente, muchos gobiernistas votarán por él, pues entienden que si Leonel no clasifica se cae el imperio del PLD y la legión de empleados y beneficiarios, que suman cientos de miles o más, están claros que de no clasificar Leonel, su último cheque será en agosto.
Los ciudadanos irán por estas muy diferentes razones a votar por el candidato presidencial de su preferencia. Sé que todavía hay nubarrones que advierten graves problemas en el proceso, como el interés que no se vote en el exterior, la compra masiva de votos o de cédulas, la utilización de los datos de la pandemia para llevarle miedo a la población para que disminuya aún más la concurrencia, la presión a los empleados públicos, la posible realización de métodos fraudulentos –que, como en el pasado reciente, trastocaron los resultados de primarias y comicios–. Lo que sí está claro es que se sabrá con certeza en qué nivel está nuestra democracia, si es tan fuerte como para resistir los vientos huracanados de los que quieren destruirla o tan débil como un castillo de naipes, que a cualquier movimiento se cae. Votemos sin coacción. ¡Esperemos que hable el soberano!
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