Una mascota puede llegar a significar mucho en nuestras vidas. No solo adquirimos un compromiso con otro ser vivo, al cual debemos brindarle cuidados y atención; también es inevitable no crear un vínculo afectivo con ese animal que convivirá contigo la mayor parte del día, los 365 días del año.
Entre un dueño y su mascota existe afecto y mucha empatía, al tal grado que algunos llegan a “antropologizar” todo aquello que pueden llegar a sentir por los animales.
Sobre el tema, un estudio comprobó que una persona puede llegar a querer o amar más a su mascota que a su pareja.
Arnold Arluke y Jack Levin son un par de investigadores que analizaron el proceso de empatía que se construye entre el dueño de una mascota y el animal.
Para lograrlo, estudiaron a un grupo de personas a quienes les pidieron que leyeran un artículo periodístico. En este aparecían un animal, un bebé y una persona de 30 años que eran golpeadas violentamente.
El resultado demostró que la gente sintió más pena y compasión, primero por el bebé, después por el animal y finalmente, por la persona mayor.
En otro estudio titulado “Por qué amamos a las mascotas?”, el investigador John Archer, de la Universidad de Lanchaschire, explicó lo siguiente: “Los humanos pueden obtener más satisfacción de su relación con su mascota que con otros humanos, dado que sustituyen un tipo de relación incondicional ausente en otras personas”.
Entonces, denominó a las respuestas afectivas como antropologizadas al justificar que los roles naturales de los padres y las madres como proveer cariño, protección y educación, se trasladan a las mascotas a cargo.
Finalmente, el vínculo y el afecto son mutuos creando un contrato en el que prevalece la fidelidad y la dependencia que siempre se recompensa. Esto no sucede con los vínculos humanos.