Unos 27 minutos después de la partida del vuelo de Birmingham a Málaga, dos de las seis ventanas de la cabina se rompieron. La historia de este vuelo 5390 de British Airways es un ejemplo de que los milagros existen.
Era el mes de junio de 1990 y Tim Lancaster despegó del aeropuerto de Birmingham con destino a España. Alastair Atchison era su copiloto y llevaban 81 pasajeros a bordo. Cuando la aeronave se estableció en el ascenso, los pilotos se pusieron cómodos y se aflojaron el cinturón.
Cuando el personal se disponía a preparar el servicio de comida, los pilotos escucharon un ruido muy fuerte y el fuselaje se llenó de condensación. Como si estuvieran inmersos en una pesadilla de la que no podían despertar, el parabrisas izquierdo se separó del fuselaje.
El capitán Tim Lancaster fue arrancado de su asiento y succionado por la ventana a más de 10 mil metros de altura. La fuerza también hizo volar la puerta de la cabina, casi derribando al suelo al asistente de vuelo, Nigel Ogden.
Imagen de la recreación del accidente.
Atchison no podía creer lo que estaba ocurriendo y los pasajeros de primera clase entraron en estado de shock.
La descompresión en la cabina hizo saltar por los aires la consola de navegación, se bloqueó el control del acelerador, lo cual provocó que la aeronave siguiera ganando en velocidad a medida que descendía. Para provocar más caos aún, la puerta de la cabina se abrió de par y par y comenzaron a volar papeles y desechos hacia el habitáculo de los pasajeros.
El piloto fue arrojado contra el techo de la cabina del avión.
Mientras tanto, el cuerpo del capitán seguía fuera, congelándose. El asistente de vuelo, Nigel Ogden, pudo cerrar milagrosamente el cinturón de Lancaster, mientras los auxiliares de vuelo intentaban calmar a los pasajeros, asegurar objetos sueltos y preparar las posiciones de emergencia.
Atchitson no tenía más remedio que comenzar un descenso de emergencia muy rápido, para alcanzar una altitud que ofreciera oxígeno suficiente, porque el avión no estaba equipado para proporcionarlo a todas las personas a bordo. Volvió a activar el piloto automático que se había desactivado temporalmente y emitió una llamada de emergencia.
Había que salvar al capitán que, en esos momentos, tenía medio cuerpo fuera del avión. Ogden estaba sufriendo congelaciones y estaba agotado por el esfuerzo de sujetar a Lancaster. Dos asistentes vinieron para ayudarlo.
En algún momento, todos pensaron que el capitán estaba muerto, pero el copiloto ordenó a la tripulación de cabina que por nada del mundo liberaran su cuerpo. Temía que volara y fuera a parar al motor izquierdo, causando a su vez un incendio o una falla en el motor.
El capitán sufrió fracturas y congelamiento, pero salvó su vida milagrosamente.
En medio de aquella terrible odisea, Atchitson recibió la autorización del control de tráfico aéreo para aterrizar en Southampton (al sur de Inglaterra). Agarrados fuertemente al cuerpo de Lancaster, se prepararon para la maniobra.
Lo que pudiera llamarse una auténtica escena de película de acción, pero esta vez sin actores ni trucos, el vuelo 5390 de la British Airways aterrizó sin problemas y sin ningún pasajero con lesiones graves. Lancaster fue traslado de inmediato al hospital para tratarlo por congelación y diferentes fracturas en el cuerpo. La valentía de Ogden le provocó dislocación en el hombro, media cara helada y daños por congelación en el ojo izquierdo.
Investigaciones posteriores desvelaron el misterio: un parabrisas de reemplazo había sido instalado 27 horas antes del vuelo. A pesar de la aprobación del gerente de mantenimiento de turno, 84 de los 90 tornillos de retención del parabrisas eran demasiado pequeños, mientras que los otros seis eran demasiado cortos.
El parabrisas se había reemplazado antes del vuelo y eso casi ocasionó una tragedia.
Un error humano pudo haber costado la vida tanto de la tripulación como de los pasajeros de este avión británico que volaba rumbo a Málaga. Lo que algunos llaman destino o suerte quisieron que este acontecimiento, digno de una película de Hollywood, tuviera un final feliz. Todos sobrevivieron para contarlo y, lógicamente, el copiloto Atchenson y el resto de la tripulación fueron condecorados por su valor.
Fuente: The Sun
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