El capitán Tim Lancaster y el primer oficial Alistair Atchison estaban al mando del vuelo 5390 de British Airways, desde Birmingham a Málaga, en España.
Después de 27 minutos de vuelo, al alcanzar una altitud de 5.300 metros, dos de los seis vidrios del parabrisas se desprendieron. La ventana succionó literalmente al capitán. Su cabeza y su torso quedaron al aire libre, mientras sus piernas permanecieron dentro del avión, con los asistentes de vuelo agarrándolo. Ocurrió en 1990. Había 81 personas.
Según recordó Sur, la descripción del accidente en la web especializada aviation-safety.net, que recrea sucesos aéreos a partir de informes oficiales, lo contó así: «A las 07.33 horas, mientras el personal de cabina se preparaba para servir comida y bebidas y la aeronave ascendía a una altitud de presión de, aproximadamente, 17.300 pies, hubo un fuerte estruendo y el fuselaje se llenó de niebla de condensación. Inmediatamente fue evidente para la tripulación de cabina que se había producido una descompresión explosiva».
Imagen de la recreación del accidente.
Atchison no podía creer lo que estaba ocurriendo y los pasajeros de primera clase entraron en estado de shock.
La descompresión en la cabina hizo saltar por los aires la consola de navegación, se bloqueó el control del acelerador, lo cual provocó que la aeronave siguiera ganando en velocidad a medida que descendía. Para provocar más caos aún, la puerta de la cabina se abrió de par y par y comenzaron a volar papeles y desechos hacia el habitáculo de los pasajeros.
El piloto fue arrojado contra el techo de la cabina del avión.
Mientras tanto, el cuerpo del capitán seguía fuera, congelándose. El asistente de vuelo, Nigel Ogden, pudo cerrar milagrosamente el cinturón de Lancaster, mientras los auxiliares de vuelo intentaban calmar a los pasajeros, asegurar objetos sueltos y preparar las posiciones de emergencia.
Atchitson no tenía más remedio que comenzar un descenso de emergencia muy rápido, para alcanzar una altitud que ofreciera oxígeno suficiente, porque el avión no estaba equipado para proporcionarlo a todas las personas a bordo. Volvió a activar el piloto automático que se había desactivado temporalmente y emitió una llamada de emergencia.
Había que salvar al capitán que, en esos momentos, tenía medio cuerpo fuera del avión. Ogden estaba sufriendo congelaciones y estaba agotado por el esfuerzo de sujetar a Lancaster. Dos asistentes vinieron para ayudarlo.
En algún momento, todos pensaron que el capitán estaba muerto, pero el copiloto ordenó a la tripulación de cabina que por nada del mundo liberaran su cuerpo. Temía que volara y fuera a parar al motor izquierdo, causando a su vez un incendio o una falla en el motor.
El capitán sufrió fracturas y congelamiento, pero salvó su vida milagrosamente.
En medio de aquella terrible odisea, Atchitson recibió la autorización del control de tráfico aéreo para aterrizar en Southampton (al sur de Inglaterra). Agarrados fuertemente al cuerpo de Lancaster, se prepararon para la maniobra.
Lo que pudiera llamarse una auténtica escena de película de acción, pero esta vez sin actores ni trucos, el vuelo 5390 de la British Airways aterrizó sin problemas y sin ningún pasajero con lesiones graves.
No hubo ni un pasajero herido, pese a los episodios de pánico que se vivieron. Y de manera milagrosa, los bomberos bajaron al piloto de la parte exterior del avión y fue trasladado al Hospital General de Southampton con fracturas óseas en el brazo y la muñeca derecha, una fractura del pulgar izquierdo, hematomas, congelación y conmoción.
Investigaciones posteriores desvelaron el misterio: un parabrisas de reemplazo había sido instalado 27 horas antes del vuelo. A pesar de la aprobación del gerente de mantenimiento de turno, 84 de los 90 tornillos de retención del parabrisas eran demasiado pequeños, mientras que los otros seis eran demasiado cortos.
El parabrisas se había reemplazado antes del vuelo y eso casi ocasionó una tragedia.
Un error humano pudo haber costado la vida tanto de la tripulación como de los pasajeros de este avión británico que volaba rumbo a Málaga. Lo que algunos llaman destino o suerte quisieron que este acontecimiento, digno de una película de Hollywood, tuviera un final feliz. Todos sobrevivieron para contarlo y, lógicamente, el copiloto Atchenson y el resto de la tripulación fueron condecorados por su valor.
Fuentes: The Sun y ABC.
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