Desde los inicios del turbulento 2020, la ciencia trabaja a contrarreloj en la investigación de la COVID-19. Desde que fue declarada pandemia global por la Organización Mundial de la Salud, las cifras del coronavirus han continuado su ascenso, transformando la realidad de todos los países hasta el último detalle de nuestro día a día. Aunque su incidencia a día de hoy ha caído por la vacunación a nivel global de más de 8 470 millones de dosis, desde su inicio los casos superan los 5,3 millones en España y los 272 millones a nivel global. Aunque obtener la cifra real de fallecidos es difícil, en España superan los 88.600 y a nivel mundial superan los 5,3 millones, según datos del Ministerio de Sanidad y de Our World in data. Sin embargo, al analizarlas a través de un prisma global, las cifras del COVID-19 aún están lejos de sus competidores más letales de la historia.
La epidemia más devastadora de la historia de la humanidad, la peste negra, terminó con la vida de entre 75 y 200 millones de personas en el siglo XIV. El brote repentino de esta enfermedad afectó, según estiman modelos de predicción actuales, entre 75 y 200 millones de personas, que traducido a porcentaje se encuentra entre un 30 y un 60 por ciento de la población de Europa.
Difusión de la Peste negra. En verde, las áreas de menor incidencia.
De acuerdo a los datos actuales, el inicio de la pandemia tuvo su epicentro en Asia y se extendió a través de las rutas comerciales hacia Europa hasta alcanzar su pico máximo entre 1347 y 1353. Aunque durante siglos se ha culpado de su origen a las ratas, un estudio de 2018 sugirió que se propagó a través de las pulgas y los piojos de las personas. La fiebre, la tos, las manchas en la piel y otros síntomas como la gangrena que dio nombre a la epidemia se extendieron como la pólvora por el norte de África, Asia, Oriente Medio y Europa con una mortalidad muy alta.
Aunque la gravedad de la plaga fue diferente según la zona, los estragos de sus consecuencias a nivel económico, político y social fueron abrumadores, sobre todo cuando la opinión pública comenzó a culpar a los judíos como responsables del envenenamiento de los canales de agua potable.
La medicina de aquella época era aún tan básica que no estaba preparada para investigar la causa de la enfermedad, por lo que los historiadores, médicos y biólogos no hallaron consenso sobre si la raíz de la plaga fue una variante de la peste bubónica u otra enfermedad distinta. A lo largo de los años posteriores, la mayoría de variedades de Yersinia pestis se han encontrado en China, lo que podría indicar que la epidemia se originó en aquella región.
También bautizada en honor a las pústulas que provoca en la piel, la viruela fue una pandemia devastadora con una tasa de mortalidad de un 30%, especialmente alta entre niños y bebés. A pesar de que se desconoce su origen, existen evidencias de su existencia en una época muy temprana, ya que se han hallado restos en momias egipcias datadas del siglo III a. C.
A través de la historia, la enfermedad se propagó en brotes periódicos y se expandió de forma masiva cuando los conquistadores llegaron al nuevo mundo: según las estimaciones, unas 400 000 personas morían cada año en la Europa del siglo XVIII y un tercio de aquellos que lograban sobrevivir desarrollaba ceguera o quedaban desfigurados.
La Organización Mundial de la Salud declaró su erradicación en 1980, tras diversos esfuerzos por globalizar las campañas de vacunación. Sin embargo, se estima que la viruela mató hasta 300 millones de personas solo en el siglo XX y hasta 500 millones en sus últimos 100 años de existencia.
Camas con pacientes en un hospital de emergencia de Kansas, en medio de la epidemia de gripe que golpeó Estados Unidos durante la guerra y fue transportada en los barcos a través del Atlántico.
Previo a la aparición de la vacunación, en China se practicaba la inoculación para prevenir la enfermedad al menos desde el siglo X d. C. Siglos más tarde, la británica Mary Montagu observó cómo los circasianos que se pinchaban con agujas impregnadas en pus de viruela nunca contraían la enfermedad, lo que significó uno de los mayores aportes a este respecto en Occidente hasta que el científico Edward Jenner desarrolló la vacuna 90 años más tarde.
Tras las campañas de vacunación el virus quedó erradicado, excepto por las reservas en estado criogénico que todavía quedan en dos laboratorios de Rusia y Estados Unidos. A pesar de que algunos grupos de expertos han solicitado su eliminación para evitar incidentes, no se llevó a cabo por falta de información sobre el virus.
Al contrario de lo que puede parecer debido a su nombre, la Gripe Española mató a más de 40 millones de personas en todo el mundo y no se inició en nuestro país. Aunque no existe un consenso en cuanto a su origen, muchos científicos sitúan sus primeros casos en Estados Unidos en 1918.
En el contexto de una guerra mundial en la que España era neutral, nuestro territorio no censuró la información sobre la epidemia y sus consecuencias, a diferencia de los países implicados en el conflicto bélico, que eliminaron toda información al respecto con el objetivo de no desmoralizar a las tropas y no mostrar sus puntos más vulnerables al enemigo.
Una publicación sobre los biólogos españoles ante el microbio de la gripe española.
Por tanto, los medios de comunicación españoles fueron los primeros en informar sobre la enfermedad, y además, fuimos uno de los países más afectados con 8 millones de personas infectadas y 300.000 personas fallecidas.
“La censura y la falta de recursos evitaron investigar el foco letal del virus. Ahora sabemos que fue causado por un brote de influenza virus A, del subtipo H1N1”, afirma la Gaceta Médica. “A diferencia de otros virus que afectan básicamente a niños y ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos saludables entre 20 y 40 años, una franja de edad que probablemente no estuvo expuesta al virus durante su niñez y no contaba con inmunidad natural”.
La información sobre las enfermedades del pasado es más desconocida cuanto más retrocedemos en la historia. Sin embargo, existen evidencias que sugieren que la llamada Plaga de Justiniano se encuentra en cuarto lugar entre las más devastadoras, con cifras de mortalidad entre los 25 y los 50 millones de personas fallecidas. Según las estimaciones demográficas del siglo VI, supuso la muerte de entre el 13 y el 26 % de la población.
El triunfo de la Muerte (Museo del Prado,1562) refleja la agitación social y el terror que desató la peste negra, que devastó la Europa medieval.
Su origen se halló durante el Imperio bizantino en las ratas que viajaban cientos de kilómetros en los barcos mercantes, que navegaban hacia los distintos rincones de Eurasia entre el año 541 y 549. La plaga fue recurrente en las zonas cercanas a los puertos del Mediterráneo hasta aproximadamente el año 750.
Los lugares más aceptados como en origen de la pandemia nos llevan a los enclaves comerciales del este de África, y su causa más aceptada se halla en la bacteria Yersinia pestis, como en el caso posterior de la Peste Negra, aunque proveniente de una cepa diferente. En este caso, su nombre hizo referencia al emperador romano Justiniano I que regía entonces el Imperio bizantino.
Desde su aparición en 1976, el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) ha matado a 32 millones de personas, según la Organización Mundial de la Salud. A día de hoy aún hay entre 31 y 35 millones conviviendo con la enfermedad, sobre todo en África.
Este virus infecta las células del sistema inmunitario, mermando la capacidad del organismo para combatir enfermedades. En las etapas más avanzadas del virus sobreviene el síndrome de la inmunodeficiencia adquirida o SIDA, que ha tenido un gran impacto en la sociedad no solo a nivel de salud, sino como fuente de discriminación.
“El VIH/sida sigue siendo uno de los problemas de salud pública más graves del mundo, especialmente en los países de ingresos bajos o medios”, afirma la Organización Mundial de la Salud. “A mediados de 2017, 20,9 millones de personas estaban recibiendo terapia antirretrovírica en todo el mundo. Sin embargo, solo el 53% de los 36,7 millones de personas que vivían con el VIH estaba recibiendo el tratamiento en 2016 a nivel mundial”.
«Conservar la biodiversidad se traduce en preservar las vidas humanas». Así de tajante fue el pasado mes de octubre un grupo de científicos de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES).
Como conclusión de su reciente estudio, alertaron: las mismas fuerzas que impulsan la extinción de especies, la pérdida de hábitat y el cambio climático provocarán más pandemias en el futuro.
«Sin estrategias preventivas, surgirán pandemias con más frecuencia, se propagarán más rápidamente, matarán a más gente y afectarán a la economía global con repercusiones más devastadoras que nunca», concluyen en el informe.
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