Hace más de ocho décadas la frontera entre Haití y la República Dominicana fue el escenario de una matanza que, aunque ha formado parte durante mucho tiempo del imaginario colectivo haitiano, era desconocida para el resto del mundo.
En octubre de 1937, el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo Molina le ordenó a su ejército matar a todos los “haitianos” que vivían en la frontera noroeste de la República Dominicana, que delimita con Haití, y en ciertas partes de la región contigua del Cibao.
Entre el 2 y el 8 de octubre, cientos de tropas dominicanas arroparon esta vasta región y, con la ayuda de los alcaldes pedáneos (autoridades políticas submunicipales) y algunas reservas civiles, rodearon y masacraron a machetazos a alrededor de 15 000 personas de etnia haitiana.
Aquellos que murieron en esta operación a la que los dominicanos aún se refieren como el corte y los haitianos como kout kouto-a (el apuñalamiento) eran, en su mayoría, pequeños agricultores, muchos de los cuales habían nacido en la República Dominicana (y, por ende, eran ciudadanos dominicanos, de acuerdo con la Constitución dominicana) y algunos cuyas familias habían vivido allí por generaciones.
Los haitianos eran asesinados incluso cuando intentaban escapar hacia Haití cruzando el río, fatídicamente llamado Masacre, que divide a las dos naciones.
A los pocos días de iniciada la matanza, el puesto oficial de control fronterizo y el puente entre Haití y la República Dominicana fueron cerrados, impidiendo así el escape de los haitianos.
Durante las semanas siguientes, sacerdotes y funcionarios locales recopilaron testimonios de refugiados y elaboraron una lista que finalmente arrojaba unas 12 168 víctimas. Posteriormente, durante la primera mitad de 1938, miles más de haitianos fueron deportados por la fuerza y cientos fueron asesinados en la región sur de la frontera.
La matanza, ocurrida durante los primeros días de octubre de 1937, se bautizó como la Masacre del Perejil, porque los soldados dominicanos llevaban una rama de perejil y les pedían a quienes creían que eran haitianos que pronunciasen dicha palabra.
A aquellos que tenían como lengua materna el criollo haitiano les resultaba difícil, un error que podía costarles la vida.
Los historiadores estiman que entre 9.000 y 20.000 haitianos fueron asesinados en la República Dominicana bajo las órdenes del líder militar Rafael Trujillo.
Los cuerpos fueron arrojados en el Río Masacre, ominosamente bautizado así por una antigua disputa colonial entre España y Francia.
El mundo fronterizo, en donde el control del límite nacional era un anatema y la nación monoétnica era inconcebible, colapsó con el inicio de la masacre haitiana. Esta masacre fue precedida por una extensa gira de Trujillo por toda la región fronteriza, que comenzó en agosto de 1937.
El dictador viajó a caballo y en mula a lo largo de toda la mitad norte del país, tanto por la rica región central del Cibao, como por el área fronteriza del norte. Durante su visita por esas provincias, que tradicionalmente habían sido las que más se habían resistido a la centralización política, Trujillo confirmó su preocupación sobre la necesidad de apuntalar su control político allí.
El Cibao era el centro de la oposición de la élite con Trujillo en esos años. Y como el norte de la frontera había sido tradicionalmente un área de autonomía y refugio para los caudillos locales, la Legación estadounidense en Santo Domingo asumió que ese viaje de agosto de 1937 tenía por motivo “intimidar a la oposición”.
Como ya lo había hecho en viajes anteriores a esa región, Trujillo saludó a los habitantes y distribuyó alimentos y dinero; asistió a bailes y fiestas en su honor e hizo esfuerzos concertados para asegurarse la lealtad política en muchos lugares que hasta entonces habían sido considerados indomables.
Sin embargo, el resultado de esa gira fue totalmente inesperado. El 2 de octubre de 1937, durante un baile celebrado en su honor en Dajabón, Trujillo proclamó: “Durante algunos meses, he viajado y recorrido la frontera en el amplio sentido de la palabra.
He visto, investigado, e inquirido sobre las necesidades de la población. A aquellos dominicanos que se quejaban de las depredaciones por parte de los haitianos que vivían entre ellos, los robos de ganado, provisiones, frutas, etcétera, y estaban por tanto impedidos de disfrutar pacíficamente del fruto de su trabajo, les he respondido ‘voy a resolver esto’. Y ya hemos comenzado a remediar la situación. Ahora mismo, hay trescientos haitianos muertos en Bánica. Y este remedio continuará”. Trujillo justificaba la masacre como una respuesta al supuesto abigeato y ataque de cultivos por parte de los haitianos que vivían en la República Dominicana. Esa fue la primera de una serie de justificaciones inconstantes que tergiversaron la masacre y la presentaban como una consecuencia de los conflictos locales entre haitianos y dominicanos en la frontera.
Algunos haitianos oyeron las palabras de Trujillo y decidieron huir. Otros ya se habían marchado apenas se enteraron de los primeros asesinatos, que ocurrieron a fines de septiembre.
Algunos recordaron los rumores de que algo ominoso se estaba tramando. Sin embargo, la mayoría se negaba a creer los absurdos, aunque terribles, rumores que escuchaba ya que tenía mucho que perder como para abandonar su casa, su cultivo y su comunidad. Pero el 5 de octubre de 1937, se confirmaron los rumores cuando un funcionario norteamericano despachó un sombrío reporte desde Dajabón. Más de dos mil personas de etnia haitiana habían cruzado a Haití por el norte de la frontera dominicana. No habían sido deportados por la fuerza, sino que escapaban de bandas de soldados dominicanos que estaban matando gente de etnia haitiana. Ya habían muerto alrededor de quinientas personas sólo en Dajabón.
Algunos dominicanos del norte de la frontera recordaban que, al principio, se les dio a los haitianos veinticuatro horas para irse, y que, en algunos casos, hasta se colgaron cadáveres de haitianos en lugares visibles, como en la entrada de los pueblos, para amedrentar a los demás. Y durante los primeros días de la masacre, a los haitianos que llegaban a la frontera se les permitía cruzar a Haití por el puente donde estaba el puesto de control oficial. Pero la frontera se cerró el 5 de octubre. De ahí en adelante, aquellos que huían debían atravesar el río Masacre y tratar de evadir los lugares donde los militares, de manera sistemática, estaban asesinando a todos los haitianos que veían en la orilla este del río.
Muchos haitianos eran capturados mientras trataban de escapar. En entrevistas a refugiados en Dosmond –una colonia cerca de Ouanaminthe, Haití, establecida para aquellos que lograron escapar a la masacre–, una mujer recordó vívidamente los detalles del malogrado escape de sus familiares nacidos en suelo dominicano. Con cicatrices aún visibles que le cubrían los hombros y el cuello, relató:
A las cuatro de la mañana… empezamos a marchar hacia Haití. Según avanzábamos, algunos dominicanos nos decían que tuviéramos cuidado y que no pasáramos por Dajabón, porque allá estaban matando gente… Cuando llegamos a la sabana de Dajabón, vimos a un guardia. Y cuando lo vimos, yo dije: “Mamá, vamos a morir, vamos a morir”. Ella me dijo que guardara silencio. Luego un guardia gritó: “Están bajo arresto”… Otro guardia a caballo estaba atando a la gente. Cuando vio que… la gente comenzaba a correr, comenzó a matar a todos y luego los echaba en un hoyo. Mató a todo el mundo. Yo fui la única que se salvó. Ellos creyeron que yo estaba muerta porque me habían dado varios machetazos. Yo estaba empapada en sangre –toda la sangre de mi corazón–. Después de todas esas aflicciones, fue gracias a Dios que no morí… Mataron a toda mi familia… Éramos 28… Yo fui la única que sobrevivió.
Algunos documentos revelan cómo, en otros casos, las tropas dominicanas trataban de engañar a aquellos que ya tenían fichados para ser asesinados haciéndoles creer que repudiaban las intenciones asesinas del Estado y simulando alguna muestra de normalidad, presumiblemente para evitar el pánico y los intentos de escape. Muchas víctimas fueron llevadas por los soldados al límite fronterizo, dándoles a entender que estaban siendo deportadas hacia Haití. Inclusive, en algunos casos, hasta se procesaron documentos de deportación.
La Guardia, entonces, les informaba a los “deportados” que eran demasiados en número como para cruzar por el puente y que, por eso, los llevarían a través del bosque hasta el río en grupos de cuatro o seis. Una vez en el bosque, mataban a la mayoría. Según se reportó, a las mujeres y a los niños se les hacía más difícil escapar, y por eso ellos componían la mayoría de los que fueron asesinados.
En otros casos, los soldados convocaban a los haitianos a reuniones locales para decirles que no creyeran los rumores de las deportaciones. Aparentemente las tropas les anunciaban que era el deseo de Trujillo que los haitianos continuaran trabajando la tierra. Un grupo de unos cincuenta guardias, algunos ocultándose con ropas de civil, rodeaban entonces al grupo de haitianos y los masacraban.
El uso de engaños por parte del Ejército ayudó a acelerar los asesinatos. De otra forma, el Ejército de Trujillo, que contaba con unos 3000 soldados activos y un refuerzo de quizás 12 000 civiles entrenados, tal vez no habría podido matar a un número tan alto de haitianos dispersos por toda esa región. Muchos más habrían podido escapar cruzando la frontera.
Pocos haitianos fueron baleados, a excepción de algunos de aquellos que fueron asesinados cuando trataban de escapar. En cambio, se utilizaron machetes, bayonetas y garrotes. Esto sugiere, nuevamente, que Trujillo buscaba simular un conflicto popular, o al menos preservar, en cierta medida, la posibilidad de negar la participación del Estado en ese genocidio. La ausencia de tiroteos era más consistente con la violencia civil que con la militar. Además, también reducía el ruido que podía alertar a más haitianos y empujarlos a huir.
Los soldados que perpetraron estos asesinatos masivos destrozaron para siempre las normas de nación y etnicidad que prevalecían en el mundo fronterizo antes de la masacre, en el cual los haitianos nacidos en suelo dominicano eran más o menos aceptados como ciudadanos dominicanos y como miembros de una comunidad nacional multiétnica. Esas normas se reflejaban claramente en los testimonios de muchos ancianos dominicanos. Cuando se le preguntó cómo identificaban a los haitianos para asesinarlos, Lolo, quien había sido alcalde pedáneo de Restauración en tiempos de la masacre, respondió con un contraste entre las formas de identificación que usaba el Ejército antes y después de la masacre: “Había muchos que no los conocían. Pero si ellos tenían su acta de nacimiento, la presentaban. Pero… aquí no se averiguó eso.
Si lo averiguan, se quedan todos los haitianos… porque todos fueron reconocidos aquí [como ciudadanos dominicanos]. Nada más eran los viejos que eran haitianos. Los que echaron en 1937 no eran haitianos, eran de nacionalidad dominicana la mayor parte”. Uno de esos domínico-haitianos, Sus Jonapas, recuerda también que el mostrar el acta de bautismo que evidenciaba el nacimiento en suelo dominicano los exoneraba del impuesto migratorio, pero “cuando comenzaron a matar gente, ya no les interesaba si uno tenía o no un acta de bautismo”.
Y otro haitiano nacido en suelo dominicano, Emanuel Cour, un maestro de escuela que vivía en Ouanaminthe, Haití, en 1988 y que tenía 15 años cuando ocurrió la masacre, recordó: “Aquellos que llegaron a la República Dominicana ya de adultos mantuvieron sus nombres haitianos. Pero aquellos que nacieron allí generalmente tenían nombres dominicanos. Eran dominicanos. Pero cuando el cuchillo apareció [cuando la matanza empezó], ya no se hicieron más distinciones [entre los nacidos o no en suelo dominicano.
El nacimiento dominicano (o la apariencia de ello), un factor determinante de la pertenencia de los de etnia haitiana a la nación dominicana antes de la masacre en la frontera, quedó repentinamente sin validez. Las fuerzas militares nacionales que vinieron de afuera y que realizaron la operación genocida crearon e impusieron una forma de distinción absoluta entre haitianos y dominicanos en una sociedad fronteriza en la cual la mayoría tenía identidades nacionales y étnicas divergentes, así como culturas y etnicidades múltiples y entremezcladas.
Sin embargo, las bases sobre las que el ejército genocida de Trujillo trazaría su criterio absoluto para distinguir a “haitianos” de “dominicanos” no eran obvias. Los haitianos cuyas familias habían vivido en la República Dominicana durante varias generaciones y que hablaban español fluidamente, ¿eran aún “haitianos”?
Y, ¿cómo se debía identificar los hijos de haitianos y dominicanos? Generalmente, se recuerda que la Guardia utilizaba la pronunciación del español como supuesta prueba para poder decidir quién era “haitiano”. Muchos soldados exigían que los capturados dijeran “perejil”, “tijera”, o varias otras palabras con la letra “r”. La supuesta inhabilidad para pronunciar esta letra en español era representada como un indicador de la identidad haitiana. Esta práctica puede haberse tomado de los guardias locales que la habían usado en el pasado para identificar a los de etnia haitiana que tenían que pagar el impuesto anual de migración (ya que los registros del lugar de nacimiento no estaban siempre o fácilmente disponibles). Cualquiera que pronunciara la letra “r” claramente se presumía que había nacido en el país y se le eximía del pago. Ercilia Guerrier, quien vivía en Restauración, recordaba haber sido detenida, antes de la masacre, por soldados dominicanos que chequeaban si los inmigrantes habían pagado sus impuestos: “Cuando ibas al mercado o a Loma de Cabrera y te cruzabas con los guardias, ellos te decían ‘¡Párese ahí!’, y uno hacía eso, se paraba. ‘¡Diga perejil!’, y entonces decías, ‘¡Perejil, perejil, perejil!’ ‘Diga claro’, ‘¡Claro, claro, claro!’”. Cuando se le preguntó si era necesario tener un certificado de nacimiento o acta de bautismo para evitar el impuesto migratorio, Guerrier respondió: “No, no. Mientras pudieras decir eso [“perejil” o “claro”], ya no tenías problemas con ellos”.
De manera que, cuando no se disponía de actas de nacimiento dominicano, la fluidez en español le permitía a muchas personas de ascendencia haitiana pasar como ciudadanos dominicanos. Jonapas también recordaba: “Si hablabas bien el dominicano, [los dominicanos] decían que no eras haitiano”.
Antes de la masacre, la prueba de “perejil” era usada por los guardias locales para distinguir a los inmigrantes haitianos recientes de los haitianos asimilados que se presumían de nacionalidad dominicana. Durante la masacre, sin embargo, esa misma prueba la usaban las tropas nacionales en un esfuerzo por distinguir a los “haitianos” de los “dominicanos”, sin diferenciar entre el linaje haitiano y la nacionalidad haitiana. De hecho, los de etnia haitiana con raíces profundas en la frontera dominicana pronunciaban la palabra “perejil” fluidamente, y frecuentemente ni se podía distinguir de la pronunciación de alguien de etnia dominicana residente en el área.
Por lo tanto, es evidente que esa prueba era ineficaz y falsa. Servía más bien como un pretexto, como un simulacro de confirmación de las presunciones y fantasías muy equivocadas de una distinción inherente y radical entre dominicanos y haitianos a la que se aferraban los funcionarios y las élites que vivieron lejos del mundo fronterizo. Cuando se le preguntó si la Guardia exigía que ellos pronunciaran ciertas palabras para determinar si eran o no haitianos, un refugiado de Mont Organizé exclamó:
“¡Perejil, perejil, perejil!” Nos hacían decir eso. Muchos tenían que decirlo, pero no importaba qué tan bien lo dijeras, no había forma de quedarse… Tenías que decir, “tijera colorada, tijera colorada, tijera colorada”. Ellos se burlaban de nosotros, tratando de engañarnos. Nos decían, “Di que tú no eres haitiano. Di claramente ‘tijera’. Di claramente ‘perejil’”. Y tú decías toda clase de cosas. Te decían que dijeras, “generalísimo, jefe, benefactor de la patria”. Te decían que lo dijeras rápido a ver cuán bien podías hablar. En realidad, se burlaban de nosotros.
El testimonio de este refugiado sugería que la exigencia de los soldados de que se pronunciaran palabras como “perejil”, más que una táctica genuina para identificar a los haitianos, era un teatro de diferencias lingüísticas nacionales que separaban a haitianos y dominicanos. Los perpetradores de la masacre atrasaron su maquinaria de asesinatos por lo que sin duda era frecuentemente una prueba dudosa y amañada. Sin embargo, por muy problemático o falso que fuera, al actuar como si esa prueba fuera clara y eficaz, los asesinos les atribuían a sus víctimas diferencias culturales radicales que sirvieron para racionalizar la violencia y etnificar imágenes de la nación aún en la hasta entonces multiétnica frontera dominicana. Así, la violencia de la masacre haitiana y el discurso bajo el cual se realizó fueron, en sí mismos, representaciones que ayudaron a constituir nociones de la diferencia inherente y transhistórica entre haitianos y dominicanos.
Parece que fueron los dominicanos residentes en la frontera quienes frecuentemente determinaban quién era haitiano, señalándole a la Guardia los lugares donde residían los de etnia haitiana y guiando a los soldados a sus casas.
Ese rol recayó principalmente sobre los funcionarios locales. El entonces alcalde pedáneo de Restauración recordó su complicidad en la localización de las víctimas, así como su negativa a participar en los asesinatos de manera directa:
A los alcaldes no los molestaron para que fueran a matar haitianos. Los guardias eran prácticos. Yo fui con el sargento y cogimos once haitianos. Y me dijo el guardia, “mata esa mujer”. Y le dije que no… Le dije al sargento, “yo cumplo con enseñarle a usted dónde vivían, porque esa es la orden que tengo, pero yo no mato un haitiano.” Y vino un guardia y mató a la haitiana, después mató al hijo y los demás haitianos.
A pesar de que algunos dominicanos residentes en la frontera proveyeron información local crítica sobre el paradero y la ascendencia de los haitianos, muchos otros también protegieron a sus vecinos de los asesinatos. Un oficial de la División de Inteligencia Militar estadounidense que viajó a la frontera dominicana en diciembre de 1937 reportó: “En algunos lugares se dice que nativos dominicanos, haciendo caso omiso de su propia seguridad, escondieron a refugiados haitianos, muchos de los cuales habían vivido pacíficamente entre ellos por más de una generación”.
Incluso algunos guardias locales trataron de ayudar a los haitianos. Ercilia Guerrier recordó cómo un teniente local “a quien se conoce muy bien en un pueblo pequeño”, fue a su casa el 2 de octubre para advertirle a su familia que huyera a Haití de inmediato.
Y Emanuel Cour recordó cómo, cuando él y su madre trataron de escapar a Haití, “guardias de nuestra área [que] nos reconocieron” los previnieron que no tomaran una ruta en particular porque en ella había estacionado un grupo de soldados foráneos que probablemente los matarían.
Aunque la División Militar de los Estados Unidos reportó que “no hubo civiles dominicanos involucrados en la masacre”, los alcaldes pedáneos y oficiales del Ejército pudieron reclutar a algunos civiles, en cuya lealtad y discreción confiaban, para participar en los asesinatos. Avelino Cruz, un dominicano de Loma de Cabrera, a quien ocasionalmente le habían encomendado realizar algunas operaciones para el régimen, fue uno de esos reclutados. Él recordó que fue abordado en un colmado local por el alcalde, quien le preguntó si participaría en una operación en contra los haitianos: “Me dice que si yo me atrevía a matarlos. Digo, ‘yo si es por orden, yo los mato’.
Porque yo no me voy a negar para que me maten a mí’”. A pesar de que Cruz planteaba que no tuvo opción, también indicó que otros habían “huido” cuando se les preguntó si se “atreverían” a matar haitianos.
Otro civil que participó en la masacre dijo que tuvo que hacerlo porque era muy cercano al supervisor de la colonia agrícola en la que vivía.
Y, sin embargo, ese mismo tipo de conexión con la autoridad envalentonó a otro civil para oponerse a asesinar haitianos. Ezequiel Hernández recordó que él estaba en Santiago de los Caballeros cuando, “la guardia me dijo… ‘ven para que te estrene aquí matando haitianos’… Pero yo me negué porque el teniente era amigo de mi papá. O sino, me matan junto con ellos. Y me dijo el teniente, ‘tú eres un pendejo’, y ellos siguieron”.
Hasta Cruz falló en cumplir las órdenes fielmente. Cuando se le ordenó que matara a una madre, un padre y su hijo, Cruz recordó: “El niño que la haitiana tenía en el seno… yo no lo quise matar, lo cogí y le dije… al hijo de Enrique [Cerrata], ‘llévate a ese muchacho para que lo junte con los hijos tuyos que es de buen color’”. El “buen color” del niño presumiblemente lo ayudaría a que “pasara” como dominicano o le evitaría prejuicios por tener posible ascendencia haitiana. El niño fue criado por la familia Cerrata y posteriormente se convirtió en maestro de la escuela local.
Aunque Cruz describió claramente su participación en la masacre, los haitianos y dominicanos en general, así como la mayoría de los documentos estatales, raramente hablan de civiles matando haitianos. Por el contrario, se dice que la mayoría de los dominicanos se quedaban petrificados por una campaña militar dirigida por el Estado en gran parte contra sus propios ciudadanos. “Los dominicanos que vivían en la localidad estaban tan aterrorizados por los procedimientos [de la matanza] como los propios haitianos”, reportó un oficial de Inteligencia de los Estados Unidos.
A diferencia de otros casos de limpieza étnica en el siglo XX, no hubo políticas estatales, tensiones locales, conflicto internacional, ideología oficial, ni ataques escalonados previos que hubiesen previsto la posibilidad de semejante carnicería dirigida por el Estado.
Para los residentes locales, esta violencia genocida surgió de la nada, como un acto de locura. La violencia étnica conducida por el Estado parecía tan inexplicable para la mayoría de los habitantes de la frontera que doña María no percibió la masacre, al principio, como un ataque únicamente contra los de etnia haitiana. Reflejando la integración que había entre haitianos y dominicanos, doña María recordó que, en ese momento, “todos creíamos que también nos iban a matar”.
El resultado de esa violencia inexplicable fue trauma y sufrimiento para muchos de los de etnia dominicana en la frontera. Doña María describió la condición de su esposo después de los asesinatos: “Yo tenía un esposo y ese hombre murió por el peso y la pena de ser testigo de la masacre haitiana, pues había trabajado con muchos haitianos. Cuando él iba a las casas de los haitianos y veía tantos muertos y sus casas quemadas, ese hombre se volvió loco y no comía nada. Se pasaba todo el tiempo pensando con la cabeza baja, pensando en todos los haitianos que habían muerto. Él murió … tres meses después”.
Numerosos testimonios de la masacre refieren al horror no solo de los residentes locales, sino también de los militares. El uso de unidades militares externas a la región no siempre era suficiente para facilitar la matanza de haitianos por parte de los soldados. Informantes de la Legación estadounidense reportaron que muchos soldados “confesaron que, para poder llevar a cabo esa horrible masacre, tenían que emborracharse completamente”.
El oficial norteamericano de la Inteligencia Militar reportó: “Se dice que los soldados que llevaron a cabo el trabajo, en muchos casos, se han enfermado debido a su sangrienta tarea. Se ha reportado que algunos fueron sumariamente ejecutados por negarse a cumplir sus órdenes, mientras que la mayoría superaba la repugnancia que le daba la tarea fortaleciéndose con ron”.
Y, según Percivio Díaz, de Santiago de la Cruz: “Eso fue una orden que vino de arriba y fíjate que los guardias … que participaron en eso todos murieron locos porque la conciencia les decía que [no] debían de haberlo hecho porque los haitianos a ellos en sí no les habían hecho nada. Ellos [los haitianos] estaban invadiendo aquí, pero personalmente a nadie”.
En la noche del viernes 8 de octubre de 1937, cinco días después de comenzada la matanza, Trujillo finalmente paró los asesinatos de haitianos en el norte de la frontera.
Para ese entonces, el mundo fronterizo que compartían haitianos y dominicanos había sido destruido. La mayoría de la población estimada de 20 000 a 50 000 personas de etnia haitiana residentes en la provincia de Monte Cristi había muerto o escapado hacia Haití. La Legación estadounidense reportó el 11 de octubre que “todo el lado noroeste de la frontera del lado de Dajabón está completamente desprovisto de haitianos”.
El impacto devastador de ese exterminio, que diezmó la parroquia de Dajabón y su comunidad haitiano-dominicana, se reflejaba en un reporte que apareció en los registros de L’École des Frères en Ouanaminthe, Haití, donde muchos de etnia haitiana del área de Dajabón habían enviado a sus hijos a estudiar: “El padre Gallego, de Dajabón, perdió a dos tercios de su población, por lo menos 20 000. En algunas capillas, en Loma y en Gouraba, el 90 por ciento de la población desapareció; en lugar de 150 o 160 bautismos al mes, ahora no hay ni uno. Algunas escuelas, que antes tenían 50 alumnos, ahora no tienen más de dos o tres. Es doloroso y desgarrador lo que ha sucedido”. Ese reporte también señalaba el impacto de los asesinatos en los niños de L’École des Frères: “El número de estudiantes con padres desaparecidos es ahora 167 (de 267 estudiantes). Las pobres criaturas están llorando. En las noches sólo se escuchan los gritos y lamentos de las casas de todo el pueblo”.
Durante las últimas semanas de octubre, los relativamente pocos haitianos que quedaron en el noroeste de la región fronteriza y las áreas contiguas salían de sus escondites y escapaban a Haití. Muchos de ellos fueron asesinados mientras escapaban, con la excepción de cientos de haitianos que fueron rescatados en camiones y barcos después de la masacre por las autoridades haitianas.
Se reportó que de 6000 a 10 000 refugiados llegaron a Haití privados de todas sus pertenencias y sin medios de supervivencia.
La mayoría había vivido en suelo dominicano desde su nacimiento, o durante décadas. Algunos trataron de regresar subrepticiamente a sus casas en la República Dominicana para recuperar algo de su ganado o sus cosechas perdidas. Pero las probabilidades de sobrevivir esos intentos eran escasas.
La resolución diplomática de la masacre permitió a Trujillo empezar a reescribir a la matanza como una defensa nacionalista contra la supuesta “invasión pacífica” de los haitianos. El acuerdo de indemnización que se firmó en Washington, D. C., el 31 de enero de 1938, afirmaba de manera inequívoca que el Gobierno dominicano “no reconoce alguna responsabilidad [por las muertes] a cargo del Estado dominicano”.
Más aún, en una declaración hecha a los Gobiernos –México, Cuba y Estados Unidos– que fueron testigos del tratado, Trujillo enfatizaba que dicho acuerdo establecía un nuevo modus operandi para inhibir la migración entre Haití y la República Dominicana. La declaración decía: “Más que una indemnización, un sacrificio a la cordialidad panamericana… constituye también una adquisición de posiciones legales para asegurar el porvenir de la familia dominicana y para prevenir el único hecho capaz de alterar la paz de la República, la única amenaza que se cierne sobre el porvenir de nuestros hijos, constituida por aquella penetración pacífica, pero tenaz y permanente, del peor elemento haitiano en nuestro territorio”.
En la misma firma del acuerdo de indemnización, el régimen de Trujillo, de hecho, defendió a la masacre como la respuesta a una mítica inmigración ilegal (de hecho era legal) por parte de haitianos supuestamente indeseables. De esa forma, Trujillo convirtió un momento de escándalo y arbitraje internacional, que podría haber fácilmente derrocado a su régimen, en el evento fundacional de la legitimación de su régimen a través de un nacionalismo antihaitiano. Ese nacionalismo racionalizó la masacre y la imposición estatal de un límite fronterizo mucho más controlado y cerrado como algo necesario para proteger a una comunidad nacional monoétnica que, de hecho, la masacre apenas acababa de crear en la región fronteriza.
Fuente: https://quod.lib.umich.edu/
https://www.bbc.com/mundo/
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