“Yo no oigo, soy de palo…”

Por: Patricia Arache -.
Una y otra vez, la frase que da título a este artículo, utilizada más por la
población infantil a partir de la popularidad que todavía tiene la propuesta
televisiva mexicana, “El Chavo del Ocho”, parece adquirir carácter de
sentencia.
La comunidad internacional no se inmuta frente al dolor, al sufrimiento a la
desesperanza y a la incertidumbre de los haitianos.
“Yo no oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado”. Sí, esa es la frase que en
forma tácita pronuncia la comunidad internacional cada vez que la República
Dominicana utiliza los escenarios de encuentros de “altas políticas regionales”
para plantear la gravedad de la situación que vive Haití, el país con el que
comparte la Isla La Española.
Ya no solo es la crisis política, social, institucional y económica, ni la fatídica
proliferación de pandillas, ante la falta de autoridad, que lo abate. Ahora esa
nación tiene otra tragedia sanitaria, semejante a la que vivió en el año 2010, a
raíz del terremoto del 12 de enero, que laceró almas y removió los cimientos de
la estructura e infraestructura que quedaba de ese empobrecido y sufrido
pueblo.
De nada ha valido que los gobiernos dominicanos eleven su voz en los
escenarios internacionales en los que han participado, sobre la necesidad de
que la comunidad internacional preste atención a la nación más pobre del
continente y, paradójicamente, la primera en alcanzar su independencia política
en América, el 1 de enero del 1804.
En su más reciente exposición en la reunión protocolar del Consejo
Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA), el presidente
Luis Abinader fue preciso cuando citó el alcance que tendría para la región la
crisis que afecta a la República de Haití, en la que todavía no se había
declarado el brote de cólera que ahora sacude a los vecinos y que podría
extenderse a otras locaciones geográficas.
“Hacemos un llamado a que esta Organización y su Secretario General
jueguen un papel relevante en alcanzar los objetivos establecidos en la
resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, número 2645 del
15 de julio de este año. En ella, se reconoce y legitima el papel crucial que
desempeñan los países vecinos, las organizaciones regionales y
subregionales, incluyendo esta Organización de los Estados Americanos
(OEA)”.
El resultado de esa petición a la OEA ya se dio a conocer y no deja lugar a
dudas de la debilidad y la poca ocupación de ese mismo organismo hacia la
impredecible crisis haitiana.
La “declaración consensuada”, anunciada en Lima, Perú en el marco de la
primera plenaria de la 52 Asamblea General de ese organismo internacional es
tibia, timorata, evasiva, poco comprometida y genérica.
La OEA “pide” a los Estados miembros que prohíban la transferencia de armas
a las pandillas y los alienta a fortalecer su sistema judicial para luchar contra la
corrupción y la impunidad, para esclarecer diversos delitos.
De su lado, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) pide a los Estados
Unidos y a otros países del hemisferio que detengan las deportaciones (que
serían repatriaciones) hacia Haití, porque, dicen, pueden “empeorar una
situación que ya es terrible”.
¿En serio?… ¿Esos son los graves problemas que afectan a Haití o estos son
consecuencias de los verdaderos dramas políticos, institucionales, sociales,
económicos y sanitarios que lo han sacudido históricamente, agravados en los
últimos cuarenta años por una ausencia total de liderazgo y una sociedad cada
vez más atomizada?…
¿En qué lugar colocamos las confrontaciones, el hambre, el desempleo, la
insalubridad, la falta de viviendas, de agua potable, de energía, de educación,
de estructuras, de interlocutores, o la carencia de registros institucionales?…
Probablemente, a estas preguntas se mantenga la misma respuesta tácita y
sobreentendida: “Yo no oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado”.
¡Qué triste papel el de la comunidad internacional frente a la grave crisis
haitiana, cuando parece desconocer sus propios principios de “solidaridad”!
Por: Patricia Arache
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