La última palabra sobre la tragedia

Con 231 cadáveres todavía calientes en sus tumbas, el dolor ardiente de una nación completa y el reclamo casi unánime de que se despejen todas las dudas alrededor del demoledor evento del martes 8 de abril, la última palabra sobre aquella tragedia está muy lejos de ser dicha.
Y resultará difícil que se diga por ahora, ni que muy a nuestro pesar se acepten como válidas las conclusiones a que lleguen los expertos encargados de investigar el hecho, en razón del generalizado escepticismo que se ha sembrado en la sociedad sobre “la verdad oficial”.
Sin embargo, es bueno establecer que no veríamos utilidad alguna en que las autoridades escondiesen los hallazgos cruciales que arrojen las indagatorias, pues potencialmente serían las más perjudicadas con esa eventualidad, al asumirse que se trata de proteger a alguien.
Ahora bien, se ha hilvanado una cadena de porqués sobre los cuales se carece de respuesta, ya que algunos de ellos rebasan inclusive el plano terrenal para entrar en el insondable espacio del Todopoderoso.
¿Por qué los dueños del establecimiento no hicieron las reparaciones que la misma estructura parecía estar demandando a partir de los testimonios de que venía soltando partículas?
¿Por qué se alargó el techo del local sin antes fijarle las columnas que sirvieran de pilares a la pesada carga de cientos de toneladas de concreto y el sobrepeso adicional de instrumentos ajenos a la estructura?
Y el más difícil de responder: si el lunes era el día de mayor concentración de gente para divertirse, ¿Por qué Dios no reventó el lugar el domingo que no operaba y lo hizo precisamente el lunes para producir el peor desastre que hemos visto jamás?
Esta última es una pregunta que ni la Teología dogmática ni la propia religión están en capacidad de responder sin entrar en el complejo mundo de la negación de Dios.
Por ahora nos quedamos sin respuestas, cubiertos por un manto de dudas y con la esperanza de llegar a algún punto investigativo que pudiera conducir a responsabilidades.
El domingo pasado en su programa La Respuesta, el doctor Marino Vinicio Castillo aventuró la conjetura de la posible intervención de manos extrañas en el desplome.
Si bien ninguno de los supervivientes dijo escuchar una detonación antes del derrumbe, indagar esa posibilidad en nada afectaría la investigación.
Aunque parezca absurda por lo antes indicado, no se puede descartar ninguna línea de investigación que pueda arrojar datos probablemente relevantes para una tragedia de dimensiones inimaginables hasta minutos antes de aquella desgraciada madrugada del martes 8 de abril, que pasará a la historia como el más terrible para este país.
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