Washington.- Estados Unidos cierra con su salida de Irak una guerra impopular, cara y que ha causado más de 100.000 muertos en casi nueve años, pese a que persiste el temor a que la retirada dé lugar a un vacío de poder, al resurgir de la violencia o a una mayor influencia de Irán en la región.
Iniciada en marzo de 2003 por el entonces presidente George W. Bush con el argumento -que acabó resultando falso- de que el Gobierno de Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva y nexos con los extremistas de la red terrorista Al Qaeda, la guerra se dará por concluida el 31 de diciembre cuando se complete la salida de los últimos 4.000 soldados y el cierre de dos bases.
En el apogeo del conflicto, en 2007, EE.UU. llegó a tener en Irak más de 500 bases y 150.000 militares.
Ante la incapacidad de probar las acusaciones contra Husein, el Gobierno de Bush reformuló su estrategia y empezó a vender la guerra como necesaria para «llevar la democracia a Oriente Medio», como recuerda hoy el diario The New York Times.
Sin embargo, en sus casi nueve años de duración la guerra nunca ha sido bien vista por la mayoría de los estadounidenses. Tres de cada cuatro respaldan la retirada, según sondeos recientes.
Además del alto costo económico para EE.UU., cifrado en cerca de 800.000 millones de dólares, en el conflicto han muerto más de 100.000 iraquíes, muchos de ellos civiles.
Del lado estadounidense habían fallecido 4.487 soldados hasta el pasado viernes y otros 32.226 habían resultado heridos, según estadísticas del Pentágono.
El convenio firmado entre las autoridades de EE.UU. e Irak sobre la retirada establece que unos pocos cientos de militares y civiles del Pentágono seguirán trabajando asociados a la embajada en Bagdad más allá del 31 de diciembre para entrenar y formar a las fuerzas armadas locales.
Sigue también abierta la puerta para negociar el próximo año una fórmula para permitir que contingentes militares de EE.UU. vuelvan al país árabe para colaborar con sus homólogos iraquíes en distintas tareas.
Algunos analistas ven vacíos en la capacidad de Irak para defender su territorio soberano y proteger las plataformas petrolíferas en el Golfo Pérsico.
Además, persiste el temor a que resurja la violencia, alentado por informes militares que señalan que las tropas de EE.UU. aún sufren ataques casi a diario, y a que Irán, uno de los eternos enemigos de Washington, pueda intentar aumentar su influencia entre la mayoría de población chií.
Otros expertos como Daniel Serwer, del Instituto para Oriente Medio, creen no obstante que la guerra termina «responsablemente» y que los iraquíes son «totalmente capaces» de manejar la seguridad interna, más si se tiene en cuenta que EE.UU. seguirá colaborando con ellos en esa materia.
El presidente de EE.UU., Barack Obama, y el primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, prometieron el pasado lunes tras reunirse en Washington mantener la colaboración entre sus países y el comienzo de «un nuevo capítulo» en la relación.
«Nuestra meta es un Irak soberano que proteja sus fronteras, proteja su espacio aéreo y proteja su pueblo», subrayó Obama.
En paralelo, la Casa Blanca anunció que ha propuesto al Congreso la venta de 18 aviones caza F-16 a Irak, además de los 18 que ya había acordado venderle al país árabe a principios de este año.
Obama basó buena parte de su campaña electoral en 2008 en su compromiso con la retirada de Irak y ahora seguramente aprovechará la promesa cumplida en la contienda para lograr la reelección en 2012.
Pero más allá de una cuestión política, la salida de Irak es para Obama también estratégica, porque permitirá «trasladar los recursos y la atención hacia otras prioridades: Asia, la lucha contra el terrorismo y la reconstrucción de la economía estadounidense», como sostiene el grupo de estudios National Security Network.
«Durante demasiados años Estados Unidos ha estado atrapado en los callejones de Irak», reflexiona Brian Katulis, del Center for American Progress.
Por ello, «no ha prestado suficiente atención a Asia oriental y al Pacífico, donde se está escribiendo gran parte de la historia del siglo XXI», apostilla Richard Haas, presidente del Council on Foreign Relations.
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