La ilusión cívica

Artículo escrito por Carmen Imbert Brugal y publicado por La Lupa
Aquel sombrerito de cana más que encima de la cabeza cubría el corazón. La emoción lo convirtió en símbolo. Urdimbre de esperanza y consuelo. Una nación turulata se desperezaba. Asomaba la libertad que hasta ese momento había sido quimera.
Viriato Fiallo, desde su renuncia a la membresía del grupo Acción Cultural (1932) fue emblema de la resistencia. Representaba el antitrujillismo cabal y digno. Sufriente, in situ, sin el barco como estrategia válida. Ese exilio desgarrante y salvador. Quedarse o partir, retornar o soñar desde lejos. Salvarse sin claudicar.
Todavía con el asombro y el miedo en cada esquina, Fiallo divulga la existencia de la Sociedad Patriótica Unión Cívica Nacional –UCN–. De inmediato, su “¡Basta Ya!” fue proclama cotidiana. Grito de reivindicación. Desahogo. El objetivo del grupo cambia cuando el Consejo de Estado inicia el primer proceso electoral pos tiranía. La UCN se convierte en partido. El destape permitió la creación de veintiséis organizaciones políticas, pero sólo siete postularon candidatos para las elecciones del 20 de diciembre del 1962. La disputa electoral, sin embargo, fue entre UCN y PRD.
El médico intransigente con sus principios, huésped de la cárcel política, compite con la fortaleza del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y de su líder, un desconocido que había salido del país en 1938. Buen viento movía su nave.
“Se había pasado del trujillismo al fiallismo. Se pensaba que los males del país no eran del sistema sino de los hombres. La clase media tenía la impresión de que al cambiar el hombre Balaguer por otro hombre que fuera cívico, todo cambiaría… (Juan Bosch. Crisis de la Democracia de América en RD. Costa Amic Editors, 1964, pág 64)
Parecía natural que el candidato con la arenga antitrujillista, con el reclamo a los culpables de los desmanes de la tiranía, obtuviera el respaldo que, en efecto tuvo, pero no mantuvo. El programa de gobierno de la UCN proponía la revolución integral, pero el látigo sonaba para flagelar el pasado. Balaguer, siempre presente. Persecutor y denunciante de crímenes y criminales. Radical con su prédica. Viriato, el ciudadano intachable, fue más iluso que pragmático. Los historiadores repiten que la UCN acogía a los miembros de la “aristocracia” y de la pequeña burguesía criolla, jurisdicción del antitrujillismo, con sus límites urbanos y de tutumpotes.
Mientras la euforia acompañaba a los cívicos, llenaba plazas de vítores y reclamo de sanción, Tribuna Democrática, programa de radio del PRD, se convertía en escuela. El profesor: Juan Bosch. Atrás el rimbombante despliegue de metáforas e hipérboles de la oratoria trujillista. Fue el abc de la cartilla democrática, más allá del lema de Chibás, “vergüenza contra dinero.”
El PRD incluía. Sumó hasta los representantes de la permanencia perversa del trujillismo. La destreza y el discurso innovador, el empeño en una comunicación cercana a la mayoría, fascinó.
Sagaz, seguro y atrevido, Bosch, acosado por sectores de la Iglesia católica, por periodistas, empresarios, iba sembrado en el fértil surco de la masa irredenta y depauperada. Alguien nombraba a los hijos de machepa, explicaba las razones de su postergación y prometía una alternativa democrática. Acusado de comunista, mercader, el profesor educaba y mencionaba bálsamo para las heridas. Recordaba a Martí con su alusión a la hiena y al odio. Prometía la posibilidad de una convivencia democrática. Sin despreciar la circunstancia, superó el momento. Obtuvo el 59% de los votos computados (1,054,944 votos válidos)
La experiencia electoral del 1962 demuestra que, como repetía Bosch, la política no es sólo arte. La bonhomía es presea invaluable pero no suficiente. Una consigna puede ser estremecedora, pero necesita convertirse en algo más. Los proyectos políticos trascienden buenos deseos y látigos justicieros. A pesar del tiempo transcurrido, de la transformación de la composición social dominicana, el trance de la UCN, instruye. Permite el aprendizaje. Quien tenga oídos…
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