Trabajos realizado por: CHRISTIAENSEN y WILL MARTIN para el Banco Mundial
La idea de que un sector agrícola productivo es fundamental para la creación de empleo y la reducción de la pobreza es ahora ampliamente compartida en la comunidad dedicada a la tarea del desarrollo. Sin embargo, esto no ha sido siempre así. Con anterioridad a la crisis mundial de los precios de los alimentos de 2008, muchos profesionales del desarrollo, funcionarios públicos y economistas dudaban de que la agricultura aún pudiera cumplir esa función, sobre todo en África. El pesimismo en torno a la agricultura se había instalado en las décadas de 1990 y 2000, acompañado de una disminución tanto de la atención prestada a las políticas agrarias como de la inversión agrícola. Las alzas de los precios de los alimentos ocurridas en 2008 pusieron de manifiesto la necesidad de tomar más medidas para fortalecer la agricultura en los países en desarrollo.
En la actualidad, los precios mundiales de los alimentos siguen siendo 70 % más altos que antes de la crisis (40 % a 50 % en términos reales) y el entorno comercial y de políticas es mucho más favorable a la agricultura. Sin embargo, en África, los ingresos también han aumentado, la pobreza ha disminuido (i) y los países están más urbanizados. Por lo tanto, ¿cuál es hoy el papel de la agricultura para reducir la pobreza?, y ¿la inclinación favorable hacia la agricultura que se ha observado en los últimos años está también respaldada por los datos empíricos más recientes?
En los ocho trabajos incluidos en la edición especial de World Development (de próxima aparición) (i) se presentan las evidencias más recientes. Mediante el uso de diversas técnicas analíticas (derivaciones teóricas, modelo de equilibrio general computable [EGC], econometría), se confirma la permanente importancia del desarrollo agrícola para reducir la pobreza. Los trabajos también agregan importantes matices. Las siguientes son cinco conclusiones (i) de esta edición especial.
En el sector agrícola, el crecimiento sigue siendo, en general, dos a tres veces más eficaz en reducir la pobreza que un crecimiento equivalente generado en otros sectores. Esta proposición es válida independientemente del método empírico o de los indicadores de pobreza empleados para hacer los cálculos, y coincide con las conclusiones señaladas hasta ahora en la literatura. (i)
Los efectos de la agricultura en la reducción de la pobreza son mayores entre las personas más pobres de la sociedad y la ventaja del crecimiento agrícola sobre el crecimiento no agrícola en la reducción de la pobreza a la larga va desapareciendo a medida que los países se vuelven más ricos (véase el gráfico). Además, mientras más bajas son las tasas de alfabetismo, mayor es la progresividad del efecto reductor de la pobreza que tiene el crecimiento agrícola en comparación con el crecimiento no agrícola. Esto respalda la atención que se presta actualmente a la agricultura en las políticas para África y Asia meridional, regiones que en conjunto hoy albergan a más del 80 % de la población extremadamente pobre de todo el mundo.
Cuán comerciables son los productos alimentarios (y no alimentarios) que experimentan el aumento de la productividad es un aspecto importante que se debe considerar a la hora de determinar la reducción de la pobreza atribuida al crecimiento del sector de que se trate. Ello influye en cuánto pueden disminuir los precios y, por lo tanto, en cuánto pueden beneficiarse los productores y los consumidores. Simulaciones de un modelo de EGC de alrededor de 300 000 hogares de 31 países indican que la ventaja de la agricultura se mantiene, independientemente de si el producto alimentario se considera comerciable o no. El crecimiento agrícola parece ser prioritario para la reducción de la pobreza en las economías tanto costeras como sin litoral.
Los efectos de los subsectores no agrícolas en la reducción de la pobreza son muy heterogéneos. Las elasticidades de la pobreza en relación con el crecimiento en el comercio y los servicios de transporte son más cercanas a las de la agricultura, y las correspondientes a las manufacturas —en especial, la elaboración de productos agrícolas— en algunos casos pueden incluso superarlas. En cambio, los efectos de la minería, las finanzas y los servicios empresariales y gubernamentales en la reducción de la pobreza son mucho más limitados. El crecimiento de la productividad del comercio y los servicios de transporte puede tener una relación directa con los pobres, pero también una relación indirecta, por ejemplo, al reducir los costos de transacción de los productos comercializados. Esto es especialmente beneficioso en los sectores con márgenes más altos, como la agricultura y los alimentos.
La forma en que se financian las inversiones públicas tiene consecuencias distribucionales de primer orden que pueden llegar a anular los beneficios subyacentes de una mayor productividad. Por ejemplo, un aumento de la formación de capital público para la agricultura puede afectar negativamente los salarios reales (de consumo) de la mano de obra rural no calificada si la modalidad de financiamiento es mediante un arancel, pero puede tener un efecto positivo si se financia por medio de un impuesto sobre el consumo, que afecta principalmente a la mano de obra calificada de las zonas urbanas. Por otra parte, una fuerte dependencia de inversiones financiadas con fondos de asistencia externa puede provocar una apreciación del tipo de cambio real y favorecer al sector no agrícola más tradicional orientado al mercado interno antes que al sector moderno más productivo y más abierto. El hecho de que los sectores informales de la economía cerrada (no agrícola) contraten más mano de obra no calificada también puede resultar en una mayor reducción de la pobreza que cuando el financiamiento de la inversión pública es menos dependiente de donaciones externas, lo que propiciaría el crecimiento en la economía moderna y abierta y redundaría en una mayor productividad del trabajo.
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